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Reflexión de la Solemnidad del Corpus Christi

Hoy celebramos la Solemnidad del Corpus Christi que nos invita a centrarnos en el Misterio de la Eucaristía o Sacramentum Caritatis (Sacramento del amor) como lo ha llamado el Papa Benedicto XVI, en su exhortación apostólica postsinodal de 2007. 

Dado que, el evangelio de hoy no hace alusión explícita a este sacramento como si los hacen los evangelios de los ciclos litúrgicos A y B, permítanme traer a colación algunas de las ideas que reflexionamos el jueves santo, en el que escuchábamos atentos el relato de la institución de la Eucaristía en el contexto de la última cena. 

Mi objetivo no es pasar por el alto el pasaje del evangelio de san Lucas que hemos leído ya que, como veremos más adelante, en él se encuentra también una alusión a la Eucaristía, sino que pretendo rescatar algunos datos teológicos contenidos en los otros evangelios a fin profundizar en la belleza de esta admirable sacramento, fuente y culmen de nuestra vida cristiana (Catecismo de la Iglesia católica, núm. 1324).

Como es bien sabido la institución de la Eucaristía tiene sus antecedentes en la Pascua judía, de hecho, fue precisamente en el contexto de la pascua donde Jesús la instituye, convirtiéndose así en la Nueva y Eterna Pascua que, a mi modo de ver, presenta una serie de novedades que hacen resplandecer este Misterio de Fe que celebramos: 

  • En primer lugar, la Pascua debía ser celebrada en familia, el Padre con sus hijos y demás familiares, así lo leemos en el libro del Éxodo (12, 4) cuando dice: El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas. Jesús rompe con este esquema ya que celebra la pascua con sus discípulos, rompiendo las fronteras de su núcleo familiar y abriendo el panorama de la nueva pascua, ya no será de pocos sino de muchos, de una nueva familia: La Iglesia, que se reúne para celebrar juntos la Eucaristía independientemente de si están unidos o no por lazos consanguíneos o de amistad. En ella (La Eucaristía) hay espacio para todos, incluso para aquellos que “no lo merecen”, los evangelistas nos cuentan que esta pascua de Jesús estaba presente Judas que, momentos después lo traicionó, Jesús en vez de excluirlo (pues sabía bien lo que iba a hacer) le permite comer de su mismo plato. De allí que la Eucaristía sea símbolo de unidad, de fraternidad universal. Donde la presencia viva y real de Cristo nos renueva, nos transforma, nos hace salir de nuestro egoísmo para salir al encuentro del otro, aunque éste último nos traicione como Judas traicionó a Jesús, por eso es el sacramento del amor. 
  • En segundo lugar, para la celebración de la Pascua, resultaba esencial la elección de una víctima para el sacrificio, con unas características bien específicas: Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito (Ex 12, 5), inocente y puro, sin defecto como dice la Escritura. En la nueva pascua de Jesús no está el cordero, porque Él mismo es el cordero sin mancha ni pecado. De este modo, apreciamos un nuevo cambio en el ritual judío: en vez de ofrecer víctimas de animales Jesús se ofrece el mismo una vez y para siempre (Hebreos 7:27). Esto explica de alguna manera por qué, en sus narraciones el objetivo de los evangelistas no consiste simplemente en subrayar que Jesús siguió el ritual sacerdotal de Melquisedec al usar pan y vino como sacrificio (Gn 14,18-20), sino que la novedad está en que ofrece su Cuerpo y su Sangre: «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y dándolo a sus discípulos, dijo: Tomen y coman, éste es mi cuerpo. Tomó luego el cáliz y, después de dar gracias, lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y beban todos de él porque esta es mi sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por todos para el perdón de los pecados» (Mt 26: 26-28). Nótese que Jesús no dice, coman, beban en representación de mi carne y de mi sangre, sino que dice éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre,.
  • La tercera gran novedad, es que según el Éxodo la víctima debía ser consumida con rapidez: lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor (Ex 12, 11). En esta nueva pascua, el Señor no ha venido para pasar de largo sino para establecer su morada entre nosotros (Jn 1, 14), es decir, Jesús vino para quedarse: «donde dos o tres allí estaré yo en medio de ellos» (Mt. 18:20). Es una promesa que el Señor ha cumplido desde entonces, de allí que nosotros los católicos tengamos el sagrario en nuestros templos; puesto que Jesús no se hace presente sólo en el momento de la Eucaristía como afirman los herejes, sino que permanece oculto en el sagrario a la espera de nuestra visita.  
  • Finalmente, notamos una cuarta y última novedad en esta nueva pascua, cuya gracia está contenida en cada Eucaristía que celebramos: la vida. El texto del Éxodo nos dice Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte (Ex, 12, 12)Mientras que, en la nueva Pascua Jesús ha venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia (Jn 10:10), su Cuerpo y Sangre son alimento de vida eterna: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6).

Este amor y comunión son los que dan sentido al Misterio que celebramos y en el Cristo se parte y se reparte para darnos vida en abundancia, con la promesa de: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6).

            Como vemos esta nueva Pascua de Jesús, presenta grandes novedades que hacen de la Eucaristía el Sacramento Admirable de nuestra salvación. En ella, el amor de Dios y la comunión entre nosotros dan sentido a lo que celebramos, por eso decimos que la Eucaristía va más allá de rito vacíos.  

            Para reafirmar esta verdad de la Eucaristía como espacio de fraternidad y solidaridad, en este Ciclo C, la Iglesia nos presenta el relato de la multiplicación de los panes y de los peces, que ha sido interpretado por los estudiosos de muchas maneras: como signo del poder de Cristo como Mesías, como símbolo de la Eucaristía, pero sobre todo lo interpretan como signo visible de solidaridad. Afirman algunos exegetas que el milagro de Jesús no consistió tanto en multiplicar estos alimentos sino en sacar a las personas de su egoísmo, tal como lo sugiere el cuarto evangelio que, a diferencia de los sinópticos que presentan el relato como un mero milagro, coloca en escena a un joven que pone a disposición sus cinco panes y dos peces, creando de alguna manera una reacción en cadena donde todos comenzaron a compartir lo poco o mucho que tenían. No pretendo con ello negar el milagro sino darle un mayor sentido, rescatar el milagro que tanto necesitamos en estos días: la solidaridad.

            Queridos hermanos y hermanos, que el Misterio que estamos celebrando nos permita hacer conciencia del gran amor de Dios por nosotros manifestado en la Eucaristía, donde Jesús ofrece su Cuerpo y Sangre, para darnos vida y vida en abundancia. Que este Sacramento del amor nos impulse a caminar juntos como familia hacia la patria celestial que nos espera.

            Termino esta reflexión hecha desde el corazón pidiendo a Dios que bendiga a todos los Padres en su día. Hoy elevo una oración por todos ellos. Quiero que sepan que así como las madres son el reflejo del amor de Dios, ustedes Padres son para sus hijos reflejo de la ternura y la protección misericordiosa de un Dios que salva, que renueva y que siempre está atento a las necesidades de sus hijos. 

            Bendigo a mi papá, a mis hermanos, a mis cuñados, a mis amigos y a todos los padres que conozco, los buenos y los no tan buenos, pero al fin y al cabo padres. Por supuesto también a mis hermanos frailes y sacerdotes que se nos ha regalado la tarea de ser Padres Espirituales para las ovejas que nos han sido confiadas.

Bendito y Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, 

¡Sea por siempre Bendito y Alabado!

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