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Reflexión del XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 

Aunque la Iglesia Católica subraya el tema vocacional e invita a participar en la Jornada mundial de oración por las vocaciones en el marco del Domingo del Buen Pastor (que este año fue el 08 de mayo) no se limita a esa fecha, de allí que desde el domingo pasado la liturgia de la Palabra ha venido subrayando la llamada de Jesús a ser discípulos, con la misión fundamental de proclamar la Palabra de Dios, como lo hicieron los profetas del Antiguo Testamento (AT), de hecho, el apelativo de profeta proviene del hebrero נָבִיא (Nebbim = porta voz) que a su vez procede de la raíz hebrea מִלָה  (nebi = palabra, principalmente, la Palabra de Dios), por ende “profeta” significa “portavoz de la Palabra de Dios”.  Así lo hemos escuchado esta semana, cuando el profeta Amós, una vez que le reclaman sobre el por qué estaba predicando en Jerusalén, responde con firmeza: «El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: «Ve y profetiza a mi pueblo de Israel.»» (Am 1, 10-17), es decir, Amós al igual que los profetas que le han precedido (Isaías, Jeremías, entre otros) está convencido que no se anuncia a sí mismo, sino que lo hace en nombre de Dios. 

Esta tarea de anunciar la Palabra de Dios es tan importante que el domingo precedente escuchábamos cómo Elías (uno de los profetas más famosos de la antigüedad), por mandato de Dios, trasmite su don de profecía a Eliseo (1 Rey 19,16b.19-21), esto con el objetivo que la llama de la profecía (la voz de Dios) se mantuviese viva, por ende, no desapareciera una vez que Elías dejase este mundo para irse al Cielo. 

Del mismo modo que Elías le trasmitió este don a Eliseo, Jesús en el evangelio de hoy (Lc 10,1-12.17-20) desea hacer lo mismo con sus discípulos, enviándolos a predicar de dos en dos con una indicaciones bien específicas y exigentes: «No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saluden a nadie por el camino…» (Lc 10, 4-11). Si bien, a través de su poder y señorío, Jesús podía anunciar el mismo este mensaje, a ejemplo de su Padre del Cielo (que siendo el Señor del Universo se vale de hombres mortales para hablar a la humanidad), decide valerse de aquellos que le han venido escuchando y siguiendo durante un tiempo, específicamente a 72 discípulos, a razón de que la «La mies es abundante y los obreros pocos», dando a entender que, humanamente, Él no da abasto para atender a tantas personas hambrientas de su Palabra, a este respecto recordemos el pasaje de la multiplicación de los panes donde según los evangelistas el número de personas que estaban escuchando a Jesús era bastante amplio, unos 5 mil hombres sin contar mujeres y niños (Mt 14, 21). 

Como en otros pasajes de los evangelios, en el de san Lucas vemos algunas novedades sobre el modo de actuar de Jesús, dando un giro total a la manera de ser profetas: 

  • En el Antiguo Testamento, los profetas por lo general andaban solos, es decir, eran enviados por Dios sin la compañía de otros profetas (aunque, algunos como Elías llegaron a tener discípulos), con Jesús la cosa cambia: los discípulos son enviados de dos en dos «a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él». Con ello vemos, el deseo de Jesús que sus discípulos hagan comunidad (Iglesia), cuya unidad entre ellos no está dada por el simple hecho de acompañarse uno al otro o de compartir un objetivo común sino de crear verdaderos lazos de fraternidad que deberá estar animada por el amor incondicional de unos para los con los otros (Jn 13, 35).
  • Los profetas del AT no tenían que, necesariamente, renunciar a sus bienes materiales ni tampoco tomar distancia de sus familiares, en el discipulado de Jesús el desprendimiento familiar y material se convierte en una exigencia fundamental. Por eso, a diferencia del profeta Elías que permite a Eliseo despedirse de su familia, Jesús manifiesta con radicalidad a quienes desean seguirle: «Deja que los muertos entierren a sus muertos… Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios» y en otro pasaje les dice «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (Mt 10, 34 ss.). No contento con ello, en el evangelio que escuchamos, a los que tomaron la determinación de seguirle (discípulos), les coloca una nueva exigencia: «No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias». 

Estas exigencias de Jesús, parecieran tratarse de meros caprichos suyos, sin embargo, se trata más bien de cuestiones muy prácticas que liberan a los discípulos de cualquier atadura: con lo del desprendimiento familias Jesús, luego de experimentar en carne propia la oposición de su familia en su misión profética (Mt 12, 46-50), quiere hacer caer en la cuenta a sus discípulos y a nosotros que, usualmente, los familiares son los primeros en criticar y oponerse al seguimiento de Cristo, cuantos de nosotros hemos escuchados de nuestros familiares y amigos cercanos palabras como “¿qué haces tanto tiempo metido en la Iglesia?, ahora si es verdad que se compuso la cosa, un cura, una monja en la familia”; respecto al desprendimiento material, Jesús quiere que sus discípulos den un salto de confianza en la providencia divina, puesto quienes se entregan a la predicación no tienen porque preocuparse, por eso les dice «Quédense en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario». En este sentido, con estas exigencias Jesús no quitarles nada, simplemente quiere hacerles el camino más libre. En efecto, en vez querer quitarles algo les promete cien veces más de lo que ellos renunciaron: «cualquiera que haya dejado hogar, hermanos, hermanas, padre, madre, esposa, hijos, tierras, por seguirme, recibirá cien veces lo que haya dejado, además de recibir la herencia de la vida eterna» (Mt 19, 29).

  • Si bien, el saludo de la Paz era común entre los judíos, tal parece que esta es otra de las novedades presentes en el evangelio de hoy. Resulta que en el AT los profetas iban directamente al grano con su predicación, es decir, no utilizaban el saludo de la Paz; Jesús, por su parte, invita a sus discípulos a llevar su mensaje comenzando por el decir «Paz a esta casa», no sólo como un saludo sino como un don o regalo, al punto que quien no está dispuesto a recibirla simplemente regresará a los discípulos. Y si, mucho menos, esta dispuesto a escuchar el mensaje, al menos le quede claro que «el Reino de Dios ha llegado». Cabe destacar que este pasaje bíblico la buena del evangelio es al mismo tiempo una mala noticia, ya que según Jesús para los oponentes de esta buena nueva les espera una sentencia terrible: «Les digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad». 

            Así pues, hermanos y hermanos, como a los 72 discípulos, el Señor nos llama hoy a ser anunciadores de su Palabra. Como siempre, las excusas pueden salir a relucir diciendo “es una tarea de ustedes los sacerdotes y de los misioneros”, no obstante, recordemos que sólo por el hecho de ser bautizados, ustedes y yo participamos de la misión profética de Cristo ya que a recibir el bautismo comenzamos a ser miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey, según la formula de unción con el Santo Crisma. 

            La Iglesia insiste en que la misión de evangelizar es tarea de todos; el Vaticano II, el Papa Pablo VI y otros han querido recuperar esta dimensión esencial de la Iglesia, el Papa Benedicto XVI, por ejemplo, hablando a la Iglesia Latinoamericana señala: Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. 

            No tengamos miedo de proclamar, con nuestra palabras y nuestras acciones, la buena nueva de Jesús, utilizando la saludo de Paz y Bien que nos caracteriza a los Franciscanos. Si nuestro amor a Dios no es tan suficiente para proclamarlo a los demás, al menos, nos anime la promesa de Jesús con la que san Lucas concluye su narración: «no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo». 

            Dios nos regale la gracia de ser ante el mundo testigos creíbles de su Evangelio. Que junto al Señor podamos rezar por las vocaciones pues la mies es mucha y los obreros pocos. Que asi sea.  

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Heberth Colmenares

Bendiciones Fray. Un claro compromiso de todos en el caminar hacia el Señor. Un abrazo.

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