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Reflexión del XV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 

Meditando y preparando la homilía de este domingo, me he encontrado con una reflexión de Quique Martínez misionero claretiano, la cual por ser tan acertada me tomo el atrevimiento de tomar algunas de sus ideas, no sin antes subrayar que las lecturas de este domingo colocan el énfasis en la necesidad de vivir auténticamente los mandamientos de Dios que Jesús, al venir a este mundo, les dio su verdadero sentido. 

En efecto, cuando en el relato de hoy cuando el maestro de la ley (experto en el conocimiento de los Mandamientos) le pregunta «¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»  Jesús le responde no desde su opinión personal sino desde lo que enseña la Biblia (específicamente en el libro del Deuteronomio): «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». El respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”. Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». 

Desde el inicio de su narración, el evangelista advierte que este Maestro de la Ley interpela a Jesús no porque realmente esté interesado en su respuesta sino para ponerlo a prueba, es decir, parte tenderle una trampa y, al ver que Jesús le responde tan acertadamente, queriendo justificarse le hace otra pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?». Jesús como siempre, en vez de darle una respuesta inmediata lo introduce en un acto de reflexión profunda a través de la parábola del Buen Samaritano, a través de la cual le da el verdadero sentido a la Ley: 

  • Jesús al presentar como protagonista a un Samaritano, quien se muestra misericordioso y caritativo con el hombre que ha caído en manos de unos bandidos, quiere hacerle caer en cuenta al Maestro de la Ley que no sólo los judíos son buenos y santos como ellos así mismo se consideraban (recordemos la parábola del Fariseo y el Publicano: Lc 18, 9-14), sino que también los son los Samaritanos (a quienes los judíos consideraban idolatras). Es más, el Samaritano, de esta historia, a diferencia del Sacerdote y del Levita no se limita a un simple cumplimiento de la ley (como si posiblemente lo hicieron Sacerdote y del Levita quienes tenían bien claro que no a todo el mundo se le podía llamar “prójimo”, era necesario que fuese judío o, en el mejor de los casos, personas que llevaran mucho tiempo viviendo e integradas con ellos), de hecho ni siquiera se cuestiona, él sólo ve la necesidad del que está herido y actúa sin más, sin detenerse a preguntarse si era un hombre bueno o malo o si era de su mismo clan (samaritano o judío; en el tiempo de Jesús los judíos y los samaritanos eran enemigos desde hacía más de 300 años). En síntesis, Jesús pone de manifiesto que no sólo los conocedores de la Ley, los judíos y los “hombres de Dios” son capaces de hacer el bien, también lo son aquellos que aparentemente son pocos religiosos o ignorantes, ya que la bondad de Dios está inscrita en el corazón del ser humano, ella no se reduce a un papel o normativa externa, así lo sugiere la primera lectura que escuchamos: «El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas» (Dt 30, 10-14).
  • Lo segundo que llama la atención de este evangelio de Lucas, es lo que Quique Martínez ha intitulado “las miradas de los personajes de la parábola del Buen Samaritano”, que Jesús muy bien describe en esta historia, así tenemos que: en contraposición al sacerdote y al levita que contemplaron al hombre herido desde sus miradas egoístas e infecundas (con interrogantes como “¿lo ayudo o no lo ayudo?”, “¿y si es un bandido?”, “¿será creyente o no?”, “¿será rico o pobre?”, “me devolverá el favor?”, preguntas cómo las que muchas veces nos hacemos tú y yo cuando alguien nos pide ayuda u observamos una necesidad), el Samaritano, por su parte, ve al herido más allá de sí mismo, lo que le permite actuar sin reservas y desde la más alta caridad que no conoce límites pues está fundada en el amor que, a su vez, «es servicial … no procede con bajeza, no busca su propio interés… todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13). El Samaritano es, por ende, un hombre práctico que no limita al ejercicio del conocer (en este caso, de la Ley) sino que actúa desde el ser (ósea, conforme a los valores proclamados: la misericordia y la compasión). Esta mirada compasiva del Samaritano hace alusión a las miradas compasivas de Jesús en los evangelios; el mismo san Lucas cuenta cómo al entrar en Naím y al encontrarse con una viuda que llevaba a enterrar a su hijo único, Jesús «la vio, se conmovió y le dijo: No llores» (Lucas 7,13); en otro pasaje se muestra cómo «Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos» (Mt 14, 14). Por esta razón Jesús ha sido llamado con toda razón “El Buen Samaritano”; con sus acciones milagrosas no pretendía exhibirse como un superhéroe sino revelar el verdadero rostro del padre que es «compasivo y misericordioso» (Ex 34,6; Salmo 103, 8-14; Lc 6, 36). De allí que en los hechos de los apóstoles se diga de Jesús que «pasó su vida entera haciendo el bien» (Hch 10,38), a este respecto afirma tan bellamente Quique Martínez, refiriéndose a Jesús:

«No tenía poder político ni de otro tipo para resolver las injusticias que se cometían en Galilea, pero vivió sembrando gestos de bondad, para que empezara a cambiar aquella sociedad: Abrazaba a los niños de la calle porque no quería que los seres más frágiles de su tierra vivieran como huérfanos; bendecía a los enfermos para que no se sintieran rechazados por Dios, al no ser «dignos» de recibir la bendición de los sacerdotes en el templo; toca la piel a los leprosos para que nadie los excluya de la convivencia; cura rompiendo el sábado para que todos sepan que ni la ley más sagrada está por encima de la atención a los que sufren; acoge a los indeseables y come con pecadores despreciados por todos porque, a la hora de practicar la compasión, el malo y el indigno tienen tanto derecho como el bueno y el piadoso a ser acogidos con misericordia. No importa que, con frecuencia, sean gestos pequeños. El Padre tiene en cuenta hasta el vaso de agua que damos a quien tiene sed».

Vemos pues en Jesús al modelo perfecto de Buen Samaritano, que no sólo enseña a través de parábolas sino, sobre todo con sus acciones. 

  • Al terminar de contar su historia, Jesús le hace una pregunta al Maestro de la Ley (y nos la hace también a nosotros Hoy): «¿Quién de los tres viajeros se ha hecho prójimo del herido?», a lo que el Maestro de la Ley responde: «El que practicó la misericordia con él», Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». Aquí vemos el tercer y ultimo detalle del evangelio: nótese cómo la pregunta inicial del Maestro de la Ley: «¿Y quién es mi prójimo?», es sustituida por otra pregunta más profunda de parte de Jesús «¿Quién se ha hecho prójimo del herido?». El problema de la pregunta inicial, no consiste en que fue mal formulada sino estaba limitada únicamente a la obligación moral: ¿hasta dónde llegan mis obligaciones?  Por eso, en vez de pensar sobre «a quién debemos amar» o «ayudar», conviene preguntarnos más bien sobre «¿quiénes nos necesitan?» (Martínez, 2022), porque es esta interpelación la que nos permitirá hacernos prójimos de los demás, o al menos intentarlo ya que es una interrogante que no parte de la auto referencia sino desde la necesidad del otro, impulsándonos a salir de nosotros mismos para hacer vida el imperativo de Jesús: «Vete y haz tú lo mismo». 

Así, hermanos y hermanas que, ante el sufrimiento del hermano no nos quedemos con nuestra mirada fría y egoísta, sino compasiva y caritativa a ejemplo del Buen Samaritano. Dice el Papa Francisco en la Fratelli Tutti, haciendo alusión a esta parábola: «Todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del Buen Samaritano», lo cual es muy cierto porque en algunos momentos nos hemos sentido heridos, en otras hemos herido a los demás, muchas veces hemos sido indiferentes, mientras que en muchas más hemos sido solidarios. 

Vale la pena hacer nuestro mayor esfuerzo de ser, con la ayuda de Dios, esos Samaritanos que se detienen a auxiliar a los demás en el pedregoso, hostil y, en muchos casos, cruel camino de la vida. Que nos motive el simple hecho de “Hoy por ti, mañana por mi”, sino más bien los sentimientos de Jesús, para que cómo Él podamos mirar con ojos de misericordia y compasión (Ibíd.):

  • a tantos hombres y mujeres asaltados, robados, golpeados, abandonados en los mil caminos de la vida;
  • acercarnos a las cunetas de la vida, sin importar quiénes son los que están allí caídos para hacernos cargo, levantarles, o por lo menos, intentar aliviar, así como ayudar a restaurar sus vidas tronchadas. 

Que así sea. 

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Fray Domicio

Gracias fray, muy buena la reflexión «las miradas de los personajes» me gusto esta y otras ideas. paz y bien

Heberth Colmenares

Paz y bien, definitivamente la interpelación sacude nuestro actuar. Dios permita amar a plenitud a nuestro prójimo. Dios te pague Fray Juan por las enseñanzas.

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