• Follow Us
  • Ave. Unda carrera 12 Casa Convento Religioso Nro 12-58 Barrio Maturin 1 Guanare Portuguesa

Reflexión del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario. Ciclo C

La liturgia de la Palabra de este Domingo contiene una riqueza incomparable que vale la pena degustar y contemplar con su suma atención, desde el espíritu de la Fe y la conversión que nos caracteriza como cristianos. Siendo la conversión una de las palabras claves a lo largo del discipulado de Cristo, pues ella está al inicio del camino y es un llamado constante del Señor dada nuestra frágil condición humana. Es un proceso que implica una metanoia(conversión en lenguaje Griego), un cambio de mentalidad que supone un renovar constante de nuestra existencia a la luz del Evangelio, lo cual no es exclusivo de los frailes o de las religiosas sino de todos aquellos que desean vivir con autenticidad el llamado que Dios les hace cada día y desde cualquier vocación en la Iglesia. 

Así, en el Evangelio se nos presenta una escena que guarda estrecha relación con lo que experimentan muchas familias. No sé si a ustedes les ha pasado, pero es común entre las familias el tema de las peleas entre hermanos a causa de la herencia de sus padres, tíos o abuelos. Particularmente, nunca olvidaré la triste escena que mis tíos quienes, al morir mi abuelo, entablaron una fuerte discusión entre ellos por la fulana herencia que él dejó; gracias a Dios mi abuelo fue inteligente y antes de morir expuso en su testamento lo que le correspondía a cada uno, aunque no todos quedaron contentos pues la avaricia estaba a la orden del día en sus corazones fragmentados.        

Este fenómeno familiar es, precisamente, sobre el que hace referencia el Evangelio de hoy ( Lc 12,13-21), donde se nos relata el caso de un sujeto que, con preocupación, se presenta a Jesús para decirle: «Maestro dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia». La respuesta de Jesús resulta desconcertante para este hombre: «¿Quién me ha nombrado juez o arbitro entre ustedes?»; imaginémonos la cara de “ponchao” que puso este hombre ante esta respuesta de Jesús. 

A pesar de esta situación tan incómoda, Jesús no pierde el tiempo para mostrar a la multitud que lo escuchaba el peligro que trae consigo la ambición al dinero. Es un evangelio, en el que Jesús, por una parte, advierte severamente: «Cuídense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes», y por otro lado nos muestra el camino hacia la riqueza más plena y verdadera: «Ser ricos ante Dios». 

Jesús nos advierte el peligro que trae consigo la avaricia y la acumulación de riquezas porque en el fondo sabe perfectamente que todo esto es «vaciedad sin sentido» como lo afirma el autor de la primera lectura (Eclesiastés, 1,2;2,21-23). Esto no significa que Jesús esté totalmente en contra de las riquezas (que, en el Biblia es signo de la bendición de Dios), pues aunque haya nacido en el contexto de una familia humilde, el sabe que uno de los frutos del trabajo digno es la adquisición de ciertos bienes materiales, de lo que está en contra es de la actitud avariciosa y egoísta de muchas personas que hacen del dinero y de las riqueza su único fin en esta vida, introduciéndolos en la lógica de lo meramente material en oposición a lo espiritual, algo así como la concepción antropológica de Feuerbach, (Filósofo Alemán) quien redujo la visión de existencia humana al materialismo extremo con esta máxima: “El hombre es lo que come”, sentencia que, por cierto, contradice las verdades  de la fe católica que nos enseña acertadamente: «el hombre no es solo materia sino también espíritu y donde el alma y el cuerpo constituyen una unidad indivisible: Anima et corpore unus» (Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 362 ss). 

En este orden y dirección, más allá de lo moral o de la severidad de las palabras de Jesús, el Evangelio pretende ayudarnos a encontrar el verdadero sentido de los bienes que tenemos no como fin sino como medios para alcanzar los eternos, pero sobre todo a caer en la cuenta que Dios es nuestra mayor riqueza, la fuente misma de toda felicidad. Por lo menos así lo entendió y enseño san Pablo, según la carta que leímos como segunda lectura (Colosenses 3,1-5.9-11), cuando asevera: «Busquen los bienes de arriba donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios».

De allí que el Catecismo de la Iglesia Católica, haciendo referencia a este tema y basándose en el Lumen Gentium42, expresa tan sabiamente: «Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto» (núm. 2545). 

De todo lo anterior, podemos decir, con certeza y a modo de síntesis, que los bienes materiales no son un pecado (a menos que lo hayamos obtenido deshonestamente) pues muchos de ellos son fruto del esfuerzo y del trabajo digno, el detalle está en la actitud que tengamos para con ellos, por ejemplo si por ellos nos mueve la avaricia o nos paraliza el egoísmo al no querer compartir lo poco o mucho que tenemos con los demás, especialmente, con los más necesitados, sobre todo.

Ahora bien, en el corazón del Evangelio que hemos leído, más allá de la denuncia de Jesús hacia la avaricia y la acumulación de bienes, subyace una extraordinaria noticia para nuestra vida: Dios es nuestra mayor riqueza. Riqueza que san Pablo, san Francisco y muchos otros santos encontraron y les motivó a dejarlo todo para seguirle, riqueza que nosotros estamos llamados a descubrir cada día. Para ello es necesario un proceso de conversión continua que nos permita salir de nosotros mismos para ir en búsqueda de lo esencial.

De este modo, la búsqueda continua de lo esencial, nos lleva a salir de nuestro egoísmo para ir al encuentro del Otro y de los otros. Misión que resulta imposible llevar a término si nuestro corazón está inclinado hacia la codicia y a la acumulación de los bienes superfluos. Todo lo cual involucra el ejercicio constante de liberar el corazón de todo apego de este mundo para recibir la verdadera riqueza que nos impulsa a entregarnos a los demás: Dios. 

Llevar a cabo la invitación del evangelio de hoy no es tarea fácil, pero posible. Se requiere, como dijimos, de un proceso continuo de conversión, de cambio de mentalidad, de una búsqueda de lo que resulta fundamental y es eterno, porque «donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mateo 6,19-23).

¡Que el Señor nos dé su paz!

  • Share :
Publicada por :

0 0 votes
Calificación del artículo
Subscribe
Notify of
guest
2 Comments
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments
Heberth Colmenares

Bendición Fray. Paz y bien. Ese deseo desmedido que supera la hermandad es muy cierta. Orar al Señor para que nos dé sabiduría y evitas la codicia, ciertamente enemiga de la familia. Eso lo certifico desde mi experiencia de mi familia de origen. Tal cual por herencia. Dios guarde es aprender y aplicar un verdadero apostolado en especial desde el hogar.

Translate »
2
0
Would love your thoughts, please comment.x
()
x