Reflexión del VIII Día de la Novena de Aguinaldo
En este día, la liturgia de la Palabra nos presenta el personaje de Juan el Bautista, cuya historia de su nacimiento está a la par del nacimiento de nuestro Señor, lo que significa que hablar del Misterio de la Encarnación y Nacimiento de nuestro redentor conlleva necesariamente ha hacer referencia a la persona de Juan el Bautista ya que tanto cronológicamente como ministerialmente, san Juan va delante de Jesús como precursor.
Sobre san Juan Bautista no solamente habla el Evangelista Lucas sino también el profeta Malaquías cuando en el pasaje que acabamos de escuchar en la primera lectura (Malq 3, 1-4. 23-24), el profeta anuncia una promesa del Señor, siglos antes de su cumplimiento (450 a. C): «He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí». Así, la descripción que hace el evangelista Lucas sobre el Nacimiento de Juan el Bautista (1, 57-66) representa la realización de la profecía de Malaquías.
Por ser un personaje tan importante en la Historia de Salvación, san Lucas narra detalladamente este nacimiento que, de acuerdo con el hagiógrafo, se constituye en un verdadero milagro puesto que tanto Isabel como Zacarías, padres de Juan el Bautista, era personas de avanzada edad y por más que habían intentado tener un bebé les había resultado imposible, de allí que cuando el ángel Gabriel se le aparece en el templo a Zacarías para decirle que sus súplicas habían sido escuchadas, Zacarías duda y por eso recibe como castigo el quedarse mudo hasta el nacimiento de su hijo.
Esto explica por qué, al narrar el nacimiento del Bautista san Lucas enfatiza que Zacarías está mudo, cuya lengua queda suelta en el momento en que escribe en una tabilla el nombre de su hijo: Juan. A propósito de este nombre, el evangelista señala que los vecinos y parientes querían colocarle al niño el nombre de su padre, pero Isabel se opuso con firmeza diciéndoles: “No. Su nombre será Juan… Pero si ninguno de tus parientes se llama así”, tal parece que entre los Israelitas el nombre de un niño formaba parte de tradición familiar, no obstante Isabel decide romper ese esquema.
La pregunta es ¿por qué lo hace?, era acaso una mujer soberbia, pues no, ya lo hemos dicho estos días que se trataba de una mujer humilde, con este nombre Isabel no pretende oponerse a la tradición familiar sino simplemente poner de manifiesto el sentimiento que ella experimenta ante este milagro tan grande de convertirse en madre. Como hemos dicho en reiteradas ocasiones, en la mentalidad bíblica los nombres tienen un significado que suele está relacionado con el rol que la persona va a ejercer en su vida, como en el caso de Jeremías que significa “Dios reestablece el orden”, esa fue precisamente la misión del profeta, o el nombre está relacionado con lo que Dios ha hecho en la vida de la persona, por ejemplo María que viene del hebreo Maryam que significa “la elegida”.
En el caso de Isabel, el nombre que ella elije para su hijo está relacionado con lo obra de Dios en su vida. Como se trata de un milagro y de un acto de misericordia (recordemos que las mujeres estériles eran consideradas unas desgraciadas, por tanto, una pecadora porque según la noción judía seguramente Dios la había castigado por su pecado personal o el pecado de sus padres), ella decide colocarle Juan que procede del hebreo יוחנן Yôḥānnān significa “Dios es misericordioso”.
En este orden de ideas, Isabel no elige un nombre al hacer, ni mucho menos un nombre que escuchó en la calle o en el mercado, sino uno que describe lo que Dios ha realizado en ella. Por si fuera poco, este nombre le quedó perfectamente al niño ya que de adulto su misión no consistió en otra cosa que dar a conocer al mundo la misericordia de Dios. En efecto, cuando en el río Jordán Juan Bautizaba a las personas no los llamaba a la conversión sólo por el simple hecho de que cambiaran lo malo/nocivo que había en sus vidas, sino sobre todo porque estaba convencido que la misericordia de Dios es infinita y generosa para aquellos que se arrepienten y le buscan de corazón.
Del mismo modo que Isabel, reconoce la bondad de Dios, su esposo Zacarías al soltársele la lengua pronuncia un hermosísimo himno de bendición donde también se evidencia la infinita bondad, misericordia y fidelidad de Dios:
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Ante el pronunciamiento de este hermoso himno de bendición, el evangelista concluye su narración afirmando «un sentimiento de temor se apoderó de los vecinos, y en toda la región montañosa de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban impresionados: “¿Qué va a ser de este niño?” Esto lo decían, porque realmente la mano de Dios estaba con él».
Queridos Hermanos y Hermanas, una vez más la Palabra de Dios nos ha sorprendido a través de este pasaje del Nacimiento del Juan el Bautista. Pidámosle al Señor en este penúltimo día de aguinaldo, nos ayude a reconocer su bondad y su misericordia en nosotros. Y que el sentirnos objeto de su misericordia nosotros seamos capaces de ser misericordiosos para con los demás.
Como Juan el Bautista estamos llamados a preparar el camino, sin embargo, este no es posible si primero no estamos reconciliados con Dios y convencidos de que Él ha venido a iluminar las tinieblas de nuestro corazón para guiar nuestros pasos por el camino de la Paz. Amén.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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