Reflexión del Domingo V del Tiempo Ordinario. Clico A
Desde que inició el Tiempo Ordinario, nuestra Madre Iglesia ha ido recordando las características que deben distinguir a los seguidores de Jesús: la pobreza de espíritu, la misericordia, la lucha por la justicia y la paz, la pureza de corazón, entre otras. Características / aptitudes que son el reflejo de Dios, signos concretos de una fe y de una religión auténticas.
En este V Domingo del Tiempo Ordinario, las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento añaden otras más, comenzando por la solidaridad hacia el más necesitado: para con el hambriento, los pobres sin techo o los carentes de lo esencial, en definitiva, personas que no tienen cómo pagarnos, pero sí lo hará Aquel en el que somos, nos movemos y existimos (Hc 17, 28).
Así lo hace saber Dios por medio del Profeta Isaías (Is 58,7-10), al prometer que quienes practican tales estas cosas: Él sanará sus heridas, escuchará sus súplicas, los librará de los manos de los opresores, sobre todo, los convertirá en instrumentos de su Luz, con la que sobrepasa la oscuridad de las tinieblas desde un resplandor tan fuerte y firme como el del mediodía.
Con este oráculo del Señor, la metáfora de la Luz vuelve a hacer su aparición, en el sentido que fue un símbolo sobre el que reflexionamos el III Domingo del Tiempo Ordinario o Domingo de la Palabra de Dios, cuando decíamos que uno de los atributos de las Escrituras Santas es precisamente las de ser luz en nuestro camino; ella no sólo prevalece sobre las tinieblas, sino que produce alegría, gozo y libera de la carga (Is 8, 23b-9, 3). También decíamos que para el salmista (Sal 26, 1. 4. 13-14) no es sólo un símbolo sino una persona, por eso canta agradecido: ¡El Señor es mi luz y mi salvación!
De acuerdo con la buena noticia proclamada, este atributo de Dios se nos tramite por participación en el momento en que llevamos a la práctica las buenas obras, particularmente, las de la caridad, así lo atestigua claramente el salmista (Sal 111,4-5.6-7.8a.9): En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo… su recuerdo será perpetuo … Su corazón está seguro, sin temor… por eso puede levantar la frente con dignidad.
De allí que san Pablo en su carta a los corintios (2,1-5), expresa con firmeza que nuestra fe no se fundamenta en discursos elocuentes o desde la persuasiva sabiduría humana, sino en el poder de Dios manifestado en lo sencillo y débil de este mundo, específicamente, en la figura del Cristo Crucificado que ha entregado su vida por la salvación de las almas, motivándole hacerlo no sólo el cumplimiento del designio del Padre sino el amor: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15, 13), por eso su entrega no es resignada sino voluntaria (Jn 10, 18). Y es que sólo el amor verdadero conduce al ser humano a actuar en favor del prójimo desde la libertad más no desde el interés egoísta de quien espera recibir algo a cambio.
Este amor es tan esencial que es el único capaz de dar el verdadero sentido a la existencia humana, en otras palabras según las palabras de Jesús en el evangelio de hoy (Mt 5,13-16), de darle sabor a la vida.
Por eso cuando Jesús habla de ser sal de la tierra, se está refiriendo a la práctica de este amor que Él mismo nos da ha dado y, a su vez, ha recibido y/o imitado de su Padre (Cf. Jn 3, 16). Esto explica, de alguna manera, el por qué Jesús une el símbolo de la sal con el de la luz, ambos no como realidades que van a realizarse, sino que ya son un hecho, es decir, no dice “ustedes serán sal de la tierra … luz del mundo” sino “ustedes son sal del tierra, son luz del mundo”, esto gracias a que por ser discípulos participan de este sabor e iluminación que Él está dando al mundo.
En contraposición a la teología luterana / protestante que fundamenta su doctrina en la premisa paulina según la cual “sólo la fe salva” (Cf. Ef 2, 8-9; Rm 3, 23; Gl 2, 26), las lecturas de este domingo certifican que ella por si misma o no es suficiente, pues una fe sin obras está muerta (St 2, 14-17). ¿Esto significa que san Pablo estaba errado?, la respuesta es no, con tesis lo que el apóstol intentaba demostrar es que, por decirlo de alguna, el sólo cumplimiento de la ley (por el ende, el mero esfuerzo personal) no es suficiente para alcanzar la vida eterna, se hace necesario la adhesión por la fe a la persona de Jesús ya que él es el único camino para llegar al Padre (Jn 14, 6 ss). De todo lo anterior se desprende que la fe y las obras van unidas, una sin la otra está muerta o infértil. Y es, precisamente, este binomio el que conduce a la vivencia de la religión verdadera (Religión del verbo latino religare que significa “unión”, con Dios y con los hermanos).
Me permito hacer esta acotación porque muchos católicos, conscientes o inconscientemente, viven su fe desde esta lógica Luterana, es decir, desde el concepto de una fe divorciada de la caridad, olvidando esta enseñanzas de Jesús de que la práctica de las buenas obras son el distintivo del cristiano (Jn 13, 35; 1 Jn 4, 20) y con las que el creyente se convierte en un testimonio creíble del evangelio; estas obras son tan importantes que se constituyen en un modo a través del cual el mundo, al reconocer este amor de Dios en nosotros, podrá glorificarle: «Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que para Jesús el discipulado implica dinamismo no mediocridad, en consecuencia, un cristiano estancado en su zona de confort no es más que un parásito, un ser insípido, ensombrecido por su actitud egoísta / perezosa que aún no ha entendido la lógica de la soberanía de Cristo, que siendo Rey y Señor del Universo, no ha venido ser servido sino a servir, a entregar su vida por todos y cada uno.
Como imitadores suyos, tu y yo estamos llamados a practicar las palabras y acciones de Jesús que pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10, 38) sin excluir a nadie.
Que como Él seamos sal de tierra y luz del mundo, a partir de acciones sencillas pero significativas, confiando en la promesa de que «los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre» (Mt 13, 43) porque «el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rm 14, 17).
A este propósito permítanme concluir esta reflexión, trayendo a colación la oración de la paz atribuida a san Francisco o inspirada en su legado:
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haz que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna. Amén.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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