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VII Domingo de Pascua: La Ascensión del Señor

En este penúltimo domingo de Pascua, celebramos la Ascensión del Señor, por el relato del Evangelio que acabamos de escuchar (Mt 28, 28,16-20) en el que si bien no habla explícitamente de este evento lo ubica en este contexto descrito más detalladamente por los otros evangelios sinópticos (san Marcos y san Lucas).  

De acuerdo con la versión de san Lucas, en su libro de los Hechos de los Apóstoles, fue un evento tal que dejó a los discípulos boquiabiertas.

¿No sé si a ustedes les ha pasado alguna vez que un acontecimiento les ha impresionado tanto que los ha dejado sin aliento y de repente algo o alguien les hace entrar en razón? 

Pues bien, algo parecido les pasó a los discípulos de Jesús, nos dice este pasaje del libro de los hechos de los apóstoles que, quienes presenciaron la Ascensión del Señor, se quedaron con la vista fija hacia el cielo; fue tanta la impresión de los discípulos al ver a Jesús subir a los Cielos y desaparecer entre las nubes, que se quedaron extasiados, al punto que, dos hombres vestidos de blanco les llaman fuertemente la atención: «¿Galileos que hacen mirando al cielo?» (Hch 1: 11), con estas palabras les hacen entrar de nuevo en razón a fin de que comprendieran que no todo termina allí: Jesús no se fue para dejarlos, todo lo contrario, «El mismo Jesús que los ha dejado para subir la Cielo, volverá como lo han visto alejarse» (Ibid.). 

Y es que, Jesús no sube al cielo para abandonar a la suerte a sus discípulos sino para enviarle al Espíritu Santo prometido, que se hará presente con toda su plenitud el día de Pentecostés, fiesta que celebraremos el próximo domingo. Al mismo tiempo, sube al cielo para cumplir la promesa hecha a sus discípulos en el última cena: «Volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté estén también ustedes» (Jn 14: 3); esta certeza, de que volverá de nuevo y jamás los dejará solos, es lo que mantendrá firmes a los discípulos del Señor, impulsándolos a llevar a término la misión recibida: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado» (Mt 28: 19).  

Desde el punto de vista teológico, el relato de la Ascensión del Señor representa el punto culminante del misterio de la encarnación: El Hijo de Dios que se hizo hombre por nuestra salvación, ahora regresa al seno del Padre para enviar a los discípulos el Espíritu Santo prometido (Jn 14: 16-28). 

Desde el punto de vista práctico, la liturgia de la Palabra de este domingo, por un lado, nos ayuda a entender que nuestra vida no se reduce solo a lo terrenal, ella debe estar encaminada hacia el cielo, pues como dice san Pablo somos ciudadanos del Cielo (Flp 3, 12-21) y coherederos del Reino, por otro, nos recuerda la razón de ser de la Iglesia: evangelizar así lo expresa tan bellamente el Papa Pablo VI al decir: “Ella (la Iglesia) existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.” (EN, 14). 

Cuando Jesús, al subir al cielo, les dice a los discípulos: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda creatura.” (Mc 16: 15), en el fondo está expresando el gran deseo de Dios para la humanidad: que «todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2: 4).  Se trata de un Dios enamorado que busca todos los medios necesarios para mostrarnos cuánto nos ama, para darnos su salvación.

Una muestra de ello es la solemnidad que como parroquia también pronto celebraremos: la advocación de la Santísima Virgen María “Auxiliadora de los Cristianos”. Ella representa el rostro tierno de Dios, como Madre, ella no sólo nos lleva hasta su Hijo amado Jesucristo, sino que además nos acompaña, nos auxilia en el camino, muchas veces pedregoso, de la vida. No tengamos miedo de acudir a ella para solicitar su intercesión, especialmente, en aquellos momentos donde el vino de la esperanza, la fe y la caridad parece estar desvaneciéndose. 

En síntesis, las lecturas de este Domingo nos invitan a colocar nuestra mirada en el cielo, con los pies bien puestos sobre la tierra, sintiéndonos salvados al mismo que contribuyendo, a través de la predicación del evangelio, en la construcción de un mundo más humano y más fraterno, ¿Cómo es posible hacer esto?, fácil, lo puedes llevar a cabo (en tu familia, en tu colegio, en la universidad, entre tus amigos) a través de las cosas más sencillas e incluso sin recurrir a muchas palabras, ejemplo: a través de un gesto de amor a quien se siente despreciado, de una palabra de aliento a alguien que lo necesita, de una sonrisa a quien está triste y solo; ¡en fin!, puedes ser misionero o misionera de muchas maneras, pero sin olvidar jamás que la gracia, el amor y la presencia de Dios te acompañarán siempre.

 “Pero es que yo no puedo, no tengo el talento para eso”, dirán algunos. Queridos hermanos, recordemos que Dios nunca nos pedirá algo que sea imposible de llevar a cabo. San Pablo en la carta a los Efesios nos dice: «cada uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado» (Ef 4: 7); por tanto, no debemos tener miedo de decir sí al Señor, sea cual fuere la vocación que quiera darnos: «apóstoles, evangelizadores, maestros, etc.» (Ef 4: 11). 

Así, como Jesús contó con sus apóstoles para llevar a cabo esta misión, Él ahora también quiere contar contigo y conmigo. Pero para ello es necesario aprender a escuchar su voz que nos habla al corazón e ilumina nuestra mente; es la voz de ese Dios que quiere ¡morar en ti y en mí! porque nos ama, pero, no podrá hacerlo si nosotros no se lo permitimos.

¡Hermanos! Este el día del Señor, el tiempo de su misericordia. El camino de la evangelización es difícil pero no imposible. Si otros lo han logrado también tú puedes hacerlo, solo tienes que tener fe y confiar enteramente en él. Pidamos al Señor que nos acompañe en esta tarea y que nuestra Madre, la Santísima Virgen María, nos auxilie con su intercesión. 

¡Que el Señor nos bendiga a todos, Paz y Bien! 

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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