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Reflexión del Domingo XXXIV del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Cristo Rey del Universo.

Apreciados hermanos y hermanas, nos encontramos en el XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario con el cual cerramos el ciclo litúrgico del tiempo ordinario, para dar inicio, el próximo Domingo 03 de diciembre, al Adviento, tiempo de espera de la venida de nuestro Señor bajo la apariencia de un niño indefenso, el mismo que hoy se presenta como Señor y Rey del Universo.

            Esta imagen gloriosa y triunfadora de Jesucristo Rey, es la que por lo general ha quedado calada en el imaginario de nuestra fe, sobre todo, desde que la Iglesia comenzó a ser la religión oficial del Imperio Romano en el año 381 d.C., recibiendo con ello todos los privilegios adherentes a esta oficialidad como el uso (por parte de Obispos, presbíteros y diáconos) de vestiduras distintivas de los altos funcionarios y dignatarios, ejemplo la Dalmática que usan en la actualidad los diáconos en las liturgias solemnes que, en el siglo II era prenda militar romana utilizada por los maceros (Oficiales de la Cancillería Real).

            De allí que, durante siglos las pinturas e imágenes de Cristo y de la Santísima Virgen María, sean representadas con coronas y vestiduras de piedras preciosas, como la de los emperadores/reyes.    

            Sin embargo, el Nuevo Testamento nos cuenta que, el reinado de Jesús se mueve bajo una lógica totalmente distinta a estos criterios de grandeza y prestigio, pues Jesús en vez de proceder de una familia rica, nació en el seno de una familia pobre integrada por dos campesinos, María y José, de un insignificante pueblo llamado Nazaret, lugar de donde lo judíos no esperaban que saliera nada bueno (Cf. Jn 1, 46), en definitiva dejó de lado su gloria y despojándose de su rango «no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se anonadó así mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8).

            Con esto, no pretendo contradecir la sagrada tradición de la Iglesia sino advertirles sobre la gran tentación que nos asecha, al celebrar esta Solemnidad: la tentación de pensar en Cristo Rey a partir de categorías meramente humanas, en otras palabras, la de imaginarnos a un Jesús sentado en un trono de oro, con una corona de diamantes o perlas preciosas y con un imponente cetro elaborado con los materiales más finos. No digo que no los tenga pues sólo lo saben los ángeles y santos que contemplan su rostro constantemente, sino que es una imagen completamente contraria a la que nos presentan los evangelios y puede que, no sea más que una proyección del imaginario humano el cual, usualmente, tiene la tendencia a la ambición del poder y de la grandeza.

            La misma palabra de Dios nos dice que la realeza de Jesucristo es diversa a la este mundo (Jn 18, 36). Su reinado no se caracteriza por la suntuosidad sino por la humildad, la sencillez y servicio. De tal manera que, a diferencia de los reyes de este mundo que esperan de sus súbditos adulación, pleitesías y un servicio que raya con el esclavismo, para Jesús «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir» por eso, quienes quieran imitarle deben entender que «el que quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos» (Mc 9, 30-37); para reforzar esta enseñanza, frente al deseo de poder de dos de sus discípulos, Jesús asevera que en el mundo los jefes de las naciones gobiernan tiránicamente a los ciudadanos y sus dirigentes los oprimen, pero no sea así entre ustedes, porque «si yo que soy el Maestro y el Señor les he lavado los pies, ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. Les he dado ejemplo para ustedes hagan lo mismo» (Jn 13, 14-15).

            De allí que Jesús hace su entrada en Jerusalén no en un carruaje lujoso propio de los reyes terrenales sino en un burrito, para mostrar que su reino es completamente distinto a los reinos existentes, como príncipe de la Paz viene a quebrantar las armas homicidas e infundir a todas las naciones el amor a la Paz, porque es allí donde residen los valores de su reinado, lleno de bondad, de sencillez y humildad.

            Precisamente esta humildad, fue lo que dio paso a que el Padre Eterno le considera a Jesús la gracia de recibir el título de Señor y Rey Universal, porque «todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido» (Lc 18, 9-14). «Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el ‹Nombre‐sobre‐todo‐nombre›; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 6-11).

De allí que en la narración del evangelio de hoy (Mt 25, 31-46) lo que sale a relucir no son los grandes títulos, los triunfos y glorias humanas ni el poder político o económico sino el servicio incondicional hacia el más necesitado: «tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, fui forastero y me hospedaste, estuve desnudo y me vestiste, enfermo y me visitaste, en la cárcel y fuiste a verme». (Ibíd., 35-36).

Se trata, en definitiva, de una actitud de disponibilidad y de servicio; de un servicio que nadie ve, ni siquiera el que lo está realizando: “Señor, ¿Cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?, ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte.” (Ibíd., 37-39), no obstante, implican acciones que Dios si ve y tiene en cuenta, por eso Jesús alega: «LES ASEGURO QUE CADA VEZ QUE LO HICIERON CON UNO DE ÉSTOS, MIS HUMILDES HERMANOS, CONMIGO LO HICIERON». (Ibíd., 40)

Visto de este modo, el Evangelio de este día se constituye en una noticia esperanzadora y a la vez contradictoria. Esperanzadora en el sentido que, muchas veces nos decimos a nosotros mismos “para qué hacer obras de caridad si nadie las ve, para qué ayudar a la gente si nadie lo agradece”, Jesús nos responde: «LES ASEGURO QUE CADA VEZ QUE LO HICIERON CON UNO DE ÉSTOS, MIS HUMILDES HERMANOS, CONMIGO LO HICIERON». (Ibíd.)

Al mismo tiempo, es una noticia contradictoria por ser un mensaje contrapuesto a lo que el mundo propone: “piensa primero en ti, luego en ti y de último en ti, que los demás se las arreglen”. A los que piensan de este modo les espera una sentencia que debería hacerles temblar: “Apártense de mí, malditos, vayan al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber, fui forastero y no me hospedaste, estuve desnudo y no me vestiste, enfermo y no me visitaste, en la cárcel y no fuiste a verme.” (Ibíd., 41-43). Por supuesto estas personas tendrán derecho a la defensa: “Señor, ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” (Ibíd., 44), la réplica de Jesús será: “LES ASEGURO QUE CADA VEZ QUE NO LO HICIERON CON UNO DE ÉSTOS, MIS HUMILDES HERMANOS, TAMPOCO LO HICIERON CONMIGO”. (Ibíd., 45)

Queridos hermanos, como decimos en Venezuela la Palabra de Dios “es tan clara como el agua”, no nos excusemos, todos tenemos que dar cuenta a Dios de nuestros actos, las preguntas de los cien millones son: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?; ¿será que estoy siendo capaz de ver más allá de mis propias necesidades? ¿Qué tendría que decirle a Jesús cuando me llame su presencia?

Dice san Juan de la Cruz: “En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor que hayamos tenido a los demás.” Jesús nos está dando las respuestas a ese examen final y san Pablo lo reafirma en su Carta a los Corintios: “Aunque hablase lenguas humanas y angélicas, si no tengo amor, nada soy.” (1 Cor 13, 1 ss).

No cabe duda que vivimos tiempos convulsos, como es el caso de la situación país que amenaza con acabar con nuestra existencia, donde nos resulta difícil practicar la caridad, no obstante es en este escenario social, donde estamos llamados a ser imagen de Dios para los demás; quizás mucho de nosotros no contamos con los recursos económicos para dar de comer o vestir a los débiles pues puede que también seamos víctimas del hambre y de la miseria, pero basta abrir el corazón a la bondad y ofrecer ayuda a aquél que lo necesite, indistintamente si te agradece o no, si obtendrás reconocimiento social o si te llamarán santo o héroe, simplemente recuerda las palabras de Jesús: “CADA VEZ QUE LO HICIERON CON UNO DE ÉSTOS… CONMIGO LO HICIERON… VENGAN, BENDITOS DE MI PADRE Y HEREDEN EL REINO ETERNO PREPARADOS PARA USTEDES DESDE LA CREACIÓN DEL MUNDO”. (Mt 25, 34)

Que, en esta fiesta de Cristo Rey del Universo, el Señor nos ayude a hacer un stop para reflexionar acerca de nuestra vida y de su desenlace. Que María Santísima y san Francisco, quieren fueron ejemplo de amor y de caridad, nos ayuden en el camino del discipulado de Cristo, hacia la patria que Dios nos tiene prometida. Amén. Paz y Bien para todos. ¡Feliz y bendecido domingo!

Fray Juan Martínez OFM Conv.

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