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Reflexión de la Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo B

Estamos celebrando la Solemnidad del Corpus Christi que nos invita a centrarnos en el Misterio de la Eucaristía o Sacramentum Caritatis (Sacramento del amor) intitulado así por el Papa Benedicto XVI en su exhortación apostólica postsinodal sobre la Sagrada Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, cuyo documento es fruto de los Sínodo de los Obispos del año 2005 donde el Papa nos revela la grandeza y la belleza de este Sacramento Admirable, que nos une plenamente al amor de Dios y nos impulsa a amar a nuestros Hermanos.

Como bien lo acabamos de escuchar en el evangelio (san Marcos 14,12-16.22-26) la Eucaristía nace en el contexto de la Pascua judía, que Jesús celebra con sus discípulos de una manera completamente nueva en comparación con la antigua pascua hebrea, así tenemos que:

  • En primer lugar, la Pascua debía ser celebrada en familia, el Padre con sus hijos y demás familiares, así lo leemos en la primera lectura cuando dice: «El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas». Jesús rompe con este esquema ya que celebra la pascua con sus discípulos más allá de las fronteras de su núcleo familiar, esto abre el panorama de la celebración pascual, ya no será de pocos o de un grupo selecto sino de muchos, de una nueva familia: La Iglesia.

  • En segundo lugar, para la celebración de la Pascua, resultaba esencial la elección de una víctima para el sacrificio, con unas características bien específicas: «Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito». Es decir, no podía ser cualquier animal, sino uno tal cual el Señor lo había indicado, no se mucho de corderos, pero tengo entendido que es un animal inocente y puro, sin defecto como dice la Escritura. En la Pascua de Jesús con sus discípulos no está el cordero, porque Jesús mismo es el cordero sin mancha ni pecado; de este modo, ya no será necesario seguir ofreciendo víctimas de animales porque «Jesús se ofrece el mismo una vez y para siempre»(Hebreos 7:27). Nótese que Jesús no dice, coman, beban en representación de mi carne y de mi sangre, sino que dice «éste es mi cuerpo… ésta es mi sangre». Lo que da a entender que se trata de su presencia viva y real no de un mero recuerdo (como lo afirman los protestantes), de este modo Jesús su promesa de: «El pan que yo les daré es mi carne… mi carne es verdadera comida y sangre verdadera bebida. El que coma mi carne y beba mi sangre vive en mí y yo en él» (Jn 6: 51; 55-56). Por eso, la liturgia que celebramos no es sólo el recuerdo de la cena de Jesús con sus discípulos sino el memorial de su cuerpo y su sangre. Al entregar su Cuerpo y Sangre verdaderos, Jesús deja evidencia su amor infinito por nosotros. De allí que este sacramento reciba con toda razón el nombre de Sacramentum Caritatis (Sacramento del Amor)

  • La tercera novedad que presenta la liturgia de hoy, es que según el Éxodo la víctima debía ser consumida con rapidez: «lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor». En esta nueva pascua de Jesús, el Señor no ha venido para pasar de largo sino para establecer su morada entre nosotros (Jn 1, 14), es decir, Jesús vino para quedarse: «donde dos o tres se reúnen en mi nombre allí estaré yo en medio de ellos… y he aquí que yo estaré con ustedes todos los días hasta fin del mundo» (Mt. 18:20). Esta es la razón de ser de por qué, durante todo el año, a excepción del viernes santo las hostias consagradas permanecen resguardadas en un lugar privilegiado del templo llamado sagrario. Y es que Jesús no se hace presente sólo en el momento de la Eucaristía como afirman los herejes, sino que permanece oculto en el tabernáculo a la espera de nuestra visita.

  • Finalmente, notamos una cuarta y última novedad en la nueva pascua instituida por Cristo, no menos importante que las demás. El texto del Éxodo nos dice «Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte. Mientras que, en la nueva Pascua, Jesús ha venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10:10), de allí que el evangelio se presente como una buena noticia cargada de esperanza. En cada Eucaristía, Cristo se parte y se reparte para darnos vida en abundancia, con la promesa de: «Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día… porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6).

Como vemos esta nueva Pascua de Jesús, presenta grandes novedades que hacen de la Eucaristía el Sacramento Admirable de nuestra salvación. En ella, el amor de Dios y la comunión entre nosotros dan sentido a lo que celebramos, por eso decimos que la Eucaristía va más allá de rito vacíos.  Por eso la Eucaristía es símbolo de unidad, de frateridad universal, donde la presencia viva y real de Cristo nos renueva, nos transforma, nos hace salir de nuestro egoísmo para salir al encuentro del otro.

Queridos hermanos y hermanos, que el Misterio que estamos celebrando nos permita hacer conciencia del gran amor de Dios por nosotros manifestado en la Eucaristía, donde Jesús ofrece su Cuerpo y Sangre, para darnos vida y vida en abundancia. Que este Sacramento del amor nos impulse a caminar juntos como familia hacia la patria celestial que nos espera.

Hermanos y Hermanas, que el Misterio que estamos celebrando nos impulse a repetir constantemente y a llevar a la práctica el contenido de la hermosa oración descrita en la plegaría Eucarística V/b, que reza:

Fortalécenos a cuantos nos disponemos a recibir

el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo

y haz que, unidos al Papa N. y a nuestro Obispo N.,

seamos uno en la fe y en el amor.

 

Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,

inspíranos el gesto y la palabra oportuna

frente al hermano solo y desamparado,

ayúdanos a mostrarnos disponibles

ante quien se siente explotado y deprimido.

Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto

de verdad y de amor,

de libertad, de justicia y de paz,

para que todos encuentren en ella

un motivo para seguir esperando.

Que María Santísima, la fiel discípula del Señor, Madre de Dios y Madre nuestra, recinto de amor y de fe, nos ayude en esta tarea.

Bendito y Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar,

¡Sea por siempre Bendito y Alabado!

Fray Juan Martínez OFM Conv.

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