Homilía de la Fiesta de san Antonio de Padua
Sobre san Antonio de Padua, podemos decir muchísimas cosas dado que es el santo más popular de la Cristiandad Católica, al punto de recibir, por parte del Papa León XIII, el apelativo «el santo de todo el mundo», porque su nombre, su imagen y sus devotos se encuentran en cualquier lugar, lo cual es muy cierto porque en casi todos los Templos y Capillitas del mundo existe una imagen del santo o al menos un devoto de este.
Antes de ser llamado «el santo de todo el mundo», san Francisco lo llamó “mi pequeño obispo” por su gran sabiduría y amor a la sagrada Escritura. Fue prácticamente el primer profesor de teología de la Orden Franciscana, autorizado por el mismo san Francisco a cumplir esta tarea con la indicación que podía enseñar teología a los frailes siempre y cuando éstos no descuidaran el Espíritu de oración y devoción; según los hagiógrafos san Antonio conoció por primera vez al Poverello en el capítulo de la Esteras en el año 1221, pero no fue sino hasta 1223 o 1224 cuando recibe del seráfico Padre, por medio de una carta, esta autorización de enseñar.
San Antonio de Padua, conocido también como San Antonio de Lisboa por el lugar donde nació, perteneció a una familia de origen noble. Su nombre secular fue Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, y vio la luz del mundo en Portugal en 1195. De niño fue consagrado a la Santísima Virgen. A los 15 años ingresó a la Orden de los Canónigos Regulares de San Agustín, 10 años después hacia inicios de 1221 fue admitido en la Orden Franciscana donde cambiaría su nombre por el de “Antonio”.
El don de la predicación que san Antonio recibió era de una elocuencia tal, que el Papa Gregorio IX (1227-1241) lo llamó “Arca del Testamento”. Y más tarde, el 16 de enero de 1946, el papa Pío XII lo proclamó «Doctor de la Iglesia», bajo el título especial de «Doctor evangélico».
Este precioso don recibido, seguramente, fue fruto de una profunda experiencia de Dios ya que, si bien fue un hombre dedicado al estudio profundo de la Palabra, por experiencia propia y según la historia la Iglesia la inteligencia humana no es suficiente, ha habido estudiosos con un alto nivel de intelectualismo como Arrio (hereje del siglo IV) por ejemplo, pero sus frutos no han sido según Dios. Mientras que en el caso de san Antonio, su predicación estuvo acompañada de grandes frutos de conversión, entre ellos destaca el del hereje que se convirtió luego del milagro en que una mula se arrodilló ante la Eucaristía dejando impresionada a la multitud presente. Otros de sus famosos milagros, fue el de aquella tormenta que amenazó con ahuyentar a los feligreses que estaban presentes en una predicación del santo al aire libre (pues era tanto el gentío que se acercaba a escuchar sus sermones que en el templo no había espacio para todos), al comenzar a llover el santo les prometió que no se mojaría y así, efectivamente pasó, la tormenta cayó alrededor de ellos, permaneciendo secos todos los presentes.
Decimos que esta sabiduría del santo era un don de Dios, porque nadie podría lograr profundizar tanto en lasa Sagradas Escrituras y realizar tales hazañas si no es bajo la acción del Espíritu Santo, que ha inspirado las Escrituras santas y mueve los corazones para se acerquen a Dios (Cf. Gal 4, 6).
De allí que la Iglesia Católica para honrar la memoria de este santo, establezca como lecturas de la Misa el capítulo 7, 7-14 del libro de la sabiduría y el capítulo 4, 7-15 de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios, donde quedan en evidencia que la sabiduría es un don de Dios, recibido por aquellos que la han pedido con fe y que es parte de los dones del Espíritu Santo que los fieles reciben según la medida del don de Cristo, para el bien de toda la comunidad, sobre todo, en función de la predicación evangélica conforme al mandato de Cristo en el Evangelio de Marcos (16, 15-20): «Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará».
Según la promesa de Jesús, esta predicación va acompañada de grandes signos milagrosos: «A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos».
Promesa que se cumplió a la perfección en san Antonio de Padua, puesto que no sólo es recordado por su elocuente predicación sino por los innumerables milagros que Dios realizó por su medio, entre ellos: el milagro de la mula, el recién nacido que habla, el corazón del avaro, la conversión de Ezzelino, la predicación a los peces y la visión. De allí que sea también llamado “El santo de los milagros”.
Ahora bien, la virtud que mejor adornó la vida del santo fue la de la Caridad y por la que Iglesia lo reconoce como santo pues, los santos no son santos por los escritos que hicieron o los milagros que Dios realizó por ellos, sino por la práctica del amor, porque en éste se resumen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). Por esta razón san Pablo al enumerar los dones y las virtudes que el Espíritu Santo distribuye a la Iglesia, ensalza al amor con el mayor de todos (1 Cor 13, 1-13), ya que fue precisamente el amor a la humanidad el que movió a Dios a enviar a su Hijo por la salvación del mundo (Jn 3, 16) y éste último a entregar su vida en la cruz para que todos tuviésemos vida y vida en abundancia (Jn 10).
Se cuenta que san Antonio practicó durante su vida terrenal este amor al prójimo con ahínco, llegando a decir que “al Cielo no entraremos sino bajo los hombros de los pobres”, el fue pobre y amó a los pobres porque en ellos veía a Cristo, por eso también es reconcido como «el santo de los Pobres». De allí el sentido de los panes que ustedes trajeron hoy para bendecir, el Pan de san Antonio no es un símbolo de la caridad que practicó el santo hacia los más necesitados y que nosotros estamos llamados a imitar. No bendecimos hoy este pan para guardarlos como reliquia sino para compartirlos entre nosotros, sobre todo, para darlo a los pobres al igual que lo hizo este santo.
Así pues mis queridos hermanos, después de casi 800 años de su muerte, san Antonio sigue siendo tan popular como ayer. De él podemos seguir hablando muchas cosas, pero creo que son suficientes las descritas.
Dios nos regale la gracia de imitar su vida, confiando en que así como él recibió tantos dones para el servicio de la Iglesia y del mundo, también nosotros lo podemos recibir si confiamos en sus promesas y hacemos el mayor esfuerzo por alcanzarlas.
¡San Antonio de Padua, ruega por nosotros!
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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Paz y bien. Siempre una enseñanza. Es un camino por la historia de la iglesia universal que se fundamenta en las obras de sus fieles como Son Antonio. Un abrazo cordial Fray. Dios le bendiga.