Reflexión de la Fiesta de la Presentación del Señor
Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor que en España, Bolivia, Colombia, Cuba, México, Perú y Venezuela lleva el nombre de Nuestra Señora de la Candelaria (su etimología deriva de candelero o candela que se refiere a la luz de Cristo que guía hacia el buen camino y aviva la fe del pueblo creyente, cuya tradición se remonta al siglo VI, cuando los cristianos de Jerusalén realizaban una procesión con velas hasta la Basílica de la Resurrección o Santo Sepulcro).
Se conmemora también en este día la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
Como todo misterio de fe, esta Fiesta litúrgica está cargada de un gran simbolismo/saber teológico, vamos de detenernos en algunos de ellos, no sin antes hacer un breve recuento de la Buena Noticia proclamada:
Nos cuenta el evangelio (Lc 2, 22-32) que pasados los cuarenta días, José y María fueron a presentar al Niño en el Templo y allí se encontraron a un anciano llamado Simeón, un hombre Justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel y que se caracterizaba por ser un hombre lleno del Espíritu Santo. A este hombre le había sido revelado que no moriría sin ver antes al Mesías del Señor, en efecto pasó, por eso al llegar María y José con el Niño Jesús, Simeón lo toma en brazos y bendice a Dios con estas palabras:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Concluye san Lucas su relato afirmando que, ante estas palabras, José y María se quedaron admirados pues no lograban entender lo que estaba pasando.
Este acontecimiento de la vida de Jesús ha sido interpretado a partir de varios simbolismos o analogías, san Sofronio por ejemplo habla de la presentación del Señor desde la categoría de la luz (en ello coincide con la tradición de la Candelaria), donde Cristo es la luz ha venido al mundo para iluminar las tinieblas que lo envuelven: la oscuridad del pecado, de la ignorancia, la falta de fe o la indiferencia religiosa. Otros expertos, se centran en el detalle del par de pichones que ofrecen María y José como sacrificio por ser esta la ofrenda más humilde y sencilla que un judío pobre podía ofrecer (usualmente, los ricos ofrecían animales de mayor tamaño como un becerro por ejemplo), esta ofrenda pobre, confirman la humildad del Hijo de Dios, su kenosis. San Pablo, el autor de la carta los hebreos, el pasaje que hemos escuchado como segunda lectura, interpretan este hecho desde la lógica del sacerdocio de Cristo, que como Sumo y Eterno Sacerdote, entra en el Templo para ofrecer el sacrificio definitivo de especiación de los pecados de la humanidad.
Todas estas interpretaciones con sus simbolismo, son válidos, no obstante meditando todas las lecturas, en el retiro que los frailes tuvimos el lunes, deseo compartir con ustedes algunos detalles interesantes que fui encontrando como un modo de profundizar más en este misterio:
Si releemos con atención la primera lectura (Mal 3, 1-4) notaremos que Dios a través profeta Malaquías hace una promesa: «a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza que ustedes desean… entrará en el Santuario». El salmista exclama con alegría de quien se trata: «¡Portones!, alcen los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos. Él es el Rey de la gloria».
Un Rey Eterno y Glorioso por quién todo fue hecho, ha puesto su morada entre nosotros (Jn 1, 1ss) y, según el relato del evangelista, es presentado en el Templo, ingresando no en una carrosa, ni rodeado por una multitud de sirvientes sino en brazos de su humildísima madre la Virgen María en compañía de un hombre justo llamado José.
Esta entronización del Niño Jesús en el Templo no es sólo parte de un mandato previsto en la ley judía, la cual obligaba a que todo primogénito varón fuese consagrado al Señor (Ex 13, 2) y la madre fuese purificada (Lev 12, 1-8), sino que teológicamente viene a significar el cumplimiento de la promesa anunciada por el profeta de que el Señor entraría en su templo para santificarlo, además de constituirse este evento en el anticipo de la purificación definitiva del Templo.
El porqué de esta purificación lo podemos vislumbrar al hacer una retrospección de la historia de salvación donde se nos narra cómo en varias ocasiones fue profanado voluntaria (en el sentido que el pueblo permitió que los reyes hicieran sacrificios a dioses extranjeros en este lugar santo: Cf. Juan 4, 1-42) e involuntariamente (cuando fue profanado dos veces por dominadores extranjeros: Nabucodonosor Rey de Babilonia en el 587 a. C y por Antíoco IV Epífanes en el siglo II a. C).
Así, a pesar que el Templo fue reconstruido dos veces y vuelto a santificar, hacía falta la purificación y santificación definitiva del verdadero templo del Señor, que fue posible gracias a una sangre purificadora que habla mejor que la de Abel, la sangre de Jesús con la cual hemos sido santificados para siempre (Hebreos 12:24-28). Un templo que ahora no se reduce simplemente a una estructura física, sino que se concretiza en nosotros como templos vivos (Cf. 1 Corintios 3:16) donde los auténticos adoradores pueden alabar a Dios en Espíritu y en Verdad (Juan 4:23-24).
De ello se desprende que, esta Fiesta de la Presentación nos trae la buena noticia de que el Niño Jesús al entrar en el Templo de Jerusalén, quiere también entrar al templo de nuestro corazón, para purificarlo, sanarlo, renovarlo, hacerlo digno de su morada, de tal modo que, con la efusión del Espíritu Santo, Dios sea alabado y adorado verdaderamente.
Este proceso de purificación requiere de una gran dosis de paciencia, como la que tuvo Simeón. A este respecto, deseo compartir con ustedes algunas ideas del Papa Francisco sobre este personaje del evangelio:
Los católicos, en especial los consagrados, hemos de aprender la paciencia de Simeón, un hombre anciano que durante toda su vida esperó con entereza el cumplimiento de la promesa del Señor, realizada hoy en este niño inocente presentado en el Templo.
Se trata de una paciencia, que no es fruto del mero esfuerzo personal, sino consecuencia de una vida entregada a la oración, gracias a la cual Simeón creyó confiadamente en la síntesis/conclusión teológica a la que había llegado su pueblo: «Dios es compasivo y misericordioso, lento para enojarse, rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Esta paciencia «es, entonces, reflejo de la paciencia de Dios. De la oración y de la historia de su pueblo, Simeón aprendió que Dios es paciente» (Papa Francisco, Homilía con ocasión de la Fiesta de la Presentación del Señor, 2021).
Como imagen y semejanza de Dios, esta paciencia toma forma concreta en tres lugares (Cf. Ibid.):
- Nuestra vida personal: Todos en algún momento hemos recibido la llamada de Dios y, con generosidad y entusiasmo entregamos nuestras vidas a Él, pero por diversas razones, en el camino de su seguimiento hemos recibido decepciones, sobre todo en aquellos momentos donde experimentamos que nuestra entrega, trabajo pastoral no ha dado los frutos que esperábamos, tocando a nuestra puerta la tentación de la frustración o la desesperanza. Es aquí donde la virtud de la paciencia hace su entrada, conduciendo al creyente a esperar que se realicen los tiempos y los modos de Dios, confiando en que su gracia se encargará de dar fruto a lo cultivado, Él se encargará de sanar nuestras heridas, de «replantear nuestros caminos y revigorizar nuestros sueños» (Ibid.), porque «Él es fiel a su palabra, bondadoso en todas sus acciones» (Sal 144).
- El segundo lugar es la vida comunitaria: Para los frailes y religiosas que optamos por esta vida “es un tema sobreentendido”, para ustedes los laicos se trata de una paciencia que comienza por la familia nuclear y se extiende a la familia espiritual de esta Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo. En este escenario la paciencia se forja con mucho sacrificio por el hecho que involucra el ejercicio de la aceptación y del respeto por las diferencias del otro, la dinámica del consenso (sinodalidad) y del trabajo en equipo. Dado que es un ejercicio complejo, suele traer consigo las tentaciones de la discordia, la incomprensión, la envidia, la lucha de poder, entre otras. Aquí, la paciencia nos ayuda a intentar no perder la paz ni dejarse confundir por la tempestad, pues “el mar cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir donde están los peces, en cambio cuando esta agitado se pierde la visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de los que se valen los pescadores” (Diádoco de Foticé, Obispo). Por eso, advierte el Papa que:«Nunca podremos tener un buen discernimiento, ver la verdad, si nuestro corazón está agitado e impaciente. Jamás […] En nuestras comunidades necesitamos esta paciencia mutua, para soportar los defectos del otro y donde el Señor no nos llama a ser solistas sino a formar parte de un coro, que a veces desafina, pero que siempre debe intentar cantar unido».
- El tercer lugar, es la paciencia ante el mundo, referida al hecho de no dejarnos impacientar frente a la inmadurez, la falta de coherencia de vida o las infidelidades de las personas, sobre todo, de aquellas que dicen ser creyentes, pero viven como si Dios no existiera. «Simeón y Ana cultivaron en sus corazones la esperanza anunciada por los profetas […] No se lamentaron de todo aquello que no funcionaba, sino que con paciencia esperaron la luz en la oscuridad de la historia» (Ibid.). En esto tiene mucha razón el Santo Padre, porque Dios tiene una pedagogía distinta para cada persona, deja crecer el trigo junto a la cizaña absteniéndose de arrancarla con la esperanza que se convierta o transforme en un fruto bueno siendo que para Dios es posible lo que para el hombre resulta irrealizable (Cf. Mt 19, 26). La paciencia que tuvo contigo y conmigo ¿Por qué no habría de tenerla con “las ovejas descarriadas”? El Papa nos invita a desterrar de nosotros que quejas que en este escenario: “El mundo ya no nos escucha”, “no tenemos más vocaciones”, “no vale la pena seguir hablando de Dios”. Recordemos que estamos llamados a lanzar la semilla, Dios se encargará de hacerla crecer y germinar.
Queridos hermanos y hermanas, que esta Fiesta de la Presentación nos motive a seguir caminando hacia la patria eterna, con las velitas de la Candelaria en nuestras manos y con el corazón bien dispuesto a que el Señor entre él, lo renueve y purifique. Debido a que este proceso puede resultar lento y laborioso, pidámosle al Espíritu Santo que nos envuelva y nos auxilie otorgándonos la misma virtud de la paciencia con la que adornó el anciano Simeón haciéndolo capaz de esperar y ver cumplidas las promesas del Señor.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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