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Reflexión de la Fiesta del Bautismo del Señor

Cerramos el ciclo de Navidad con la conmemoración del Bautismo del Señor narrada por san Mateo en su evangelio, en el cual según la versión de san Lucas , antes que Jesús se acercase para ser bautizado, san Juan el Bautista señala que el bautismo impartido por su medio es preparación del bautismo de Jesús: «Yo los he bautizado con agua; pero viene uno más fuerte que yo… Él los bautizará con el Espíritu Santo» (Lc 3, 15-16.21-22).

            Este bautismo de Jesús trae consigo una novedad: el Espíritu Santo, que trasforma al ser humano y lo renueva constantemente, el mismo que descendió sobre Jesús en la aguas del Jordán según la versión del Evangelio proclamado.

            Este nuevo Bautismo inaugurado por Jesús, no alcanzará su plenitud sino hasta la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y se convertirá en un mandato del Señor en el momento de su Ascensión a los Cielos, cuando dirigiéndose a sus discípulos les dice: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a poner por obra todo los que les he mandado» (Mt 28, 19-20). Mandato que la Iglesia ha cumplido desde entonces.    

            Visto de este modo, el conmemorar el Bautismo del Señor conlleva necesariamente a hacer una reflexión sobre el significado de nuestro Bautismo, cuyo sacramento nos incorpora a la vida de unión con Dios gracias al Misterio de la Encarnación, pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.  

            Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica Núm. 1213 que «El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu («vitae spiritualis ianua«) y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos», por él somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo, somos incorporados a su Iglesia y hechos partícipes de su misión.

En otras palabras, el bautismo trae consigo tres grandes regalos: 1) nos borra el pecado original, 2) nos hace Hijos de Dios y miembros de su Pueblo santo (la Iglesia) y, 3) nos hace coherederos del Reino de los Cielos. Regalos que no adquirimos en un supermercado, en una farmacia, en una entidad pública o privada sino en el seno de la Iglesia Católica, esposa de Cristo, depositaria de todas sus promesas, signo e instrumento universal de salvación (LG, 48).

            Estos tres regalos del Bautismo, nos han sido otorgados no para quedarnos en nuestra zona de confort, sino para que, a ejemplo de Jesucristo (quien a partir de su Bautismo comienza su ministerio) salgamos al mundo a proclamar la buena nueva de la salvación. Misión que podemos efectuar gracias a las propiedades ontológicas adherentes a este Sacramento: Sacerdocio común, profecía y realeza, según la oración pronunciada por el Ministro Ordenado en el momento de la unción con el Santo Crisma: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo … los consagre con el crisma de la salvación para que entren a formar parte de su pueblo y sean para siempre miembros de Cristo, sacerdote, profeta y rey.» (Ritual del Bautismo). De este modo, la unción crismal nos da la posibilidad de participar del ministerio de Cristo como sacerdotes, profetas y reyes.

            ¿Sacerdotes?, sí, se trata del sacerdocio común de todos los fieles que nos permite actuar en calidad de instrumentos de Dios para los demás e intercesores de sus hermanos en la fe. Es importante señalar que este sacerdocio es distinto al Sacerdocio Ministerial el cual sólo puede ser otorgado a través del Sacramento del Orden, mientras que el sacerdocio común de los fieles lo reciben todos en el Bautismo, por eso se llama “sacerdocio común”.

De él se desprenden las otras dos propiedades ontológicas (profecía y realeza). Ser profetas implica hablar en nombre de Dios, siendo misioneros/promotores de la buena noticia del Evangelio, anunciando la verdad y denunciando la mentira e injusticia, a tiempo y a destiempo; por último, ser reyes implica ser libres, que no es sinónimo de libertinaje sino de liberación del pecado pues como dice san Pablo en la Carta a los Romanos: «cuando fuimos unidos a Cristo Jesús en el bautismo, nos unimos a él en su muerte (…) fuimos liberados del poder del pecado» (Rm 6, 3-7).

            Queridos Hermanos y Hermanas, la contemplación del Misterio del Bautismo Señor nos conduce necesariamente a la renovación de nuestro propio bautismo y, en consecuencia, nuestro compromiso cristiano.

En estos tiempos tan difíciles e inclusive oscuros, Dios nos llama:

  • a actuar en su nombre, intercediendo por los más débiles, física y espiritualmente;
  • a ser profetas de la vida, de la verdad, la justicia y la esperanza en el contexto de una sociedad que promueve la muerte y la mentira haciendo creer que el mal es bueno y el bien es nocivo, por ejemplo insiste en hacernos creer en la bondad del aborto cuando en realidad se trata de uno de los pecados más graves que ofenden a Dios y acaba con la vida de tantos niños inocentes;
  • a ser reyes desde la libertad interior como signo de un alma que ha sido liberada del pecado, transformada por la gracia y dispuesta a hacer el bien sin esperar nada a cambio y dejando de lado los favoritismos puesto que en «Dios no hay distinción de personas» (Hch 10, 34).

            Que el Espíritu Santo de Dios salga en nuestro auxilio en este deseo de renovar nuestra fe y nuestro bautismo y, que María Santísima primera discípula y misionera, auxilio amoroso del cristiano interceda por nosotros desde el Cielo, nos cubra con su santísimo manto y nos ayude a seguir fielmente las huellas de su querido Hijo. Amén.

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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