Reflexión de la Solemnidad de la Epifanía del Señor
Estamos casi al final del Tiempo de Navidad (que culminaremos este Domingo con la Fiesta del Bautismo del Señor), un tiempo hermoso de fe y esperanza que viene animado por el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, cuyo evento como hemos escuchado reiteradas veces cambió para la siempre el curso de la historia en un antes y un después; con este acontecimiento el mundo que vivía en tinieblas vio brillar una gran luz, la luz de la salvación.
Esta luz salvadora, inicialmente fue mostrada únicamente al Pueblo de Israel que esperaba con ansias el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Lo curioso del asunto es que, a pesar de estar dirigida esta luz al Pueblo elegido por Dios, muchos de sus integrantes simplemente la ignoraron así lo atestigua san Juan Evangelista en el prólogo (Jn 1, 11).
De este modo, la salvación que estaba destinada exclusivamente a los hebreos comienza a ampliar su horizonte hacia aquellos pueblos que los Israelitas, despectivamente, llamaban “paganos”.
Este mensaje de salvación universal es el que nos presenta la liturgia de la Palabra de este día, nos cuenta el evangelista que, tras el nacimiento de Jesús, apareció una estrella en el cielo para guiar a todos aquellos que, con corazón humilde y sincero, consciente o inconscientemente se encontraban en la búsqueda del Mesías.
San Mateo nos dice que, tal como Dios lo había dispuesto, a los primeros en llegarle el mensaje del Nacimiento de Jesús fue a los judíos, primero a los pastores de Belén a través de los Ángeles y luego a las autoridades del pueblo en la persona del Rey Herodes; los del primer grupo no colocaron en tela de juicio esta noticia más bien presurosos fueron a ver al Niño anunciado por los Ángeles; el segundo personaje (Herodes), en vez de recibir la noticia con alegría la asumió como un “palo de agua” sintiéndose amenazado y todo Jerusalén con él (Mt 2, 3).
Este Señor, en vez de disponerse a visitar al Niño con humildad y fe como lo hicieron los pastores, dudo de esta noticia pues buscó a los sabios de Israel para cerciorarse del asunto y una vez confirmadas las predicciones, sintiéndose seguramente aún más amenazado, decide apelar a la mentira intentando engañar a los magos con estas palabras: «Vayan y averigüen cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo encuentren, avísenme para yo también ir a adorarlo» (Mt 2, 8).
Me atrevo a decir que intentó engañar a los Magos por lo que el evangelista señala al final del relato: los magos fueron avisados (seguramente por los ángeles) en sueños de no regresar a donde Herodes y éste al sentirse burlado toma la terrible determinación de mandar a asesinar a todos los niños menores de dos años. Desde este punto de vista, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que si él realmente hubiera estado interesado en ver al niño, al darse cuenta que los magos no regresaron hasta él, simplemente hubiese armado una comitiva para ir hasta Belén ya que la distancia que separa estas dos ciudades es de apenas 8.8 Km (el 10% de la distancia que existe entre Barinas y Guanare: 81.5 Km). No había pues excusa para no ir a ver al Niño Jesús, su problema era la envidia y el temor a “perder el poder”.
Así, la liturgia de la Epifanía del Señor lo primero que nos quiere mostrar y hacer reflexionar es ¿Cómo yo he recibido la buena noticia de la llegada de Dios a mi vida y cual es mi actitud ante esta visita? ¿Siento alegría y admiración como los pastores de Belén o me siento amenazado como Herodes?
Como dijimos al inicio de esta Homilía ante el rechazo de su propio Pueblo, Jesús manifiesta su salvación a otros pueblos foráneos que estaban excluidos de las promesas de Dios, así lo deja en evidencia la carta de san Pablo a los Efesios, que leímos en la segunda lectura (Ef 3, 2-6).
Aquí es donde entran en acción los magos, fíjense bien que el evangelista ni siquiera les llama por su nombre simplemente dice que venían de Oriente. Esto llama mucho la atención porque da la impresión que, por no ser judíos como él, al evangelista no le interesan sus nombres, al fin y al cabo, “son paganos”.
Sin embargo, como hagiógrafo inspirado por el Espíritu Santo expone el modo en cómo estos magos se acercan al Niño: en primer lugar se dejan guiar por la estrella y en segundo, al llegar al sitio toman una actitud humilde de veneración sin precedentes pues son conscientes que quien está al frente de ellos es el Rey de reyes, el Dios con nosotros, el mesías esperado, de allí la naturaleza de los dones que ellos ofrecen:
- Oro que simboliza la realeza de Cristo,
- incienso que expresa la divinidad de Cristo y,
- mirra cuyo elemento se utilizaba para embalsamar a los muertos, con este último regalo los magos profetizan la muerte de Cristo, que como Mesías debe morir en una cruz y resucitar para la salvación del mundo.
Estos son pues los significados de estos dones que han sido explicados por los expertos y enseñado por la Iglesia a través de los siglos.
A esto se le añade el hecho que los tres magos representan a la humanidad entera, en efecto, en la tradición de la Iglesia los magos son representados a través de las tres grandes razas:
- caucásica que personaliza a las gentes de piel blanca,
- malayo o pardo que representa a las personas asiáticas y
- etiópico o negro que simboliza a las personas de piel oscura.
De ello se desprende que, en la persona de los tres magos, el Niño Jesús se revela a toda la humanidad, he aquí el nombre de la Solemnidad que celebramos “Epifanía del Señor” que significa Manifestación de Dios al mundo.
Aquí vemos la segunda enseñanza de la liturgia de este día: Dios revela su amor y misericordia a todos los seres humanos, independientemente, de si son blancos o negros, ricos o pobres porque “para Dios no existe distinción de personas” (Rm 2, 11), porque su mayor deseo es que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).
Queridos Hermanos y Hermanos, que en esta Solemnidad de la Epifanía del Señor o manifestación salvadora de Dios a la Humanidad, nosotros seamos capaces de recibirle con alegría y sencillez de corazón como los pastores de Belén y reconociéndole como nuestro Dios, nuestro rey y Mesías podamos rendirle el homenaje de nuestra vida través del ofrecimiento de dones valiosísimos como:
- la fe y la entrega generosa a Él,
- la caridad hacia nuestros hermanos más necesitados,
- la esperanza en el patria futura que nos espera donde reinaremos por siempre con Él y en Él en la Gloria de Dios Padre con el Espíritu Santo. Amén.
Fr. Juan MARTINEZ OFM Conv.
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