Reflexión de la Solemnidad de la Natividad del Señor
Desde que inició el tiempo de Adviento y durante 9 días seguidos, nos hemos estado preparando para esta gran Solemnidad del Nacimiento de Nuestro Salvador, cuyo evento marcó un hito en la historia dividiéndola en un antes y un después (a. C y d. C) pero sobre todo se trata de una acontecimiento que transformó para siempre el rumbo de la historia de la salvación ante una humanidad que parecía estar perdida y/o a la deriva en el sentido Al asumir nuestra naturaleza humana, Jesús Dios verdadero de Dios verdadero (según lo reza el Credo Niceno-constantinopolitano), nos abre el camino de la salvación. He allí el sentido pleno de la Encarnación.
Los santos Padres de la Iglesia señalan que Dios pudo haber elegido otro camino para salvarnos, pero decidió el de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, para mostrarnos la ruta que todos debemos seguir: la humildad. De hecho, desde tiempos muy remotos, el mensaje de la salvación fue revelado a la gente sencilla, capaz de acoger sin reservas el misterio de Dios, a diferencia de las personas soberbias que no sólo cuestionan todo, sino que les resulta absurdo aquello que no puede ser explicado desde la lógica de razón humana. A este respecto, nos encontramos con pasajes bíblicos en los que se pone en evidencia esta realidad cuando Jesús lleno del Espíritu Santo exclama: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.” (Mt 11, 25; Lc 10, 21); en otro pasaje san Pablo señala: Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
Desde esta visión, el Misterio que hoy celebramos exige de nosotros humildad para reconocer que nunca llegaremos a entender a plenitud el Misterio de la Encarnación ya que precisamente, es eso, un misterio al mismo tiempo exige una gran dosis de fe para creer que, en efecto, la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo es signo de salvación para todos los pueblos. No obstante, estamos llamados a entender y a contemplar que en ciertamente en Él se cumple la profecía de Isaías: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande… para quienes habitaban en tierras de sombras, una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo (Is 9, 1ss). Fíjense que el profeta subraya el hecho que se trata de una luz que produce alegría y gozo, esa luz es Jesús; el gozo viene dado porque ha nacido un niño… príncipe de la paz, no una paz cualquiera sino de una “sin límites” (Is 9, 3).
Como a los pastores de Belén y por medio de la Palabra de Dios, se nos anuncia con gozo: «una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 9, 11), continúa diciendo el evangelista que la señal de que esto es cierto no viene dada a través del Show, la grandeza, la prepotencia sino de la pequeñez: «Y aquí tienen la señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 9, 12), porque sus padres (José y María) «no tenían sitio en la posada» (Lc 9, 7).
Se trata, en definitiva, de una hermosa escena que ablanda el corazón de cualquiera e invita a la adoración profunda. Esta imagen del pesebre fue la que quedó incrustada en san Francisco de Asís, llenándole de estupor, ternura, devoción y de profundo amor a nuestro Señor, así como de veneración a los poverellos (pobrecillos) José y María. A esto hermanos, es a lo que nos debe llevar el misterio que hoy estamos celebrando: a amar entrañablemente al Hijo de Dios que siendo rico se hizo pobre por nosotros (2 Cor 8, 9), lo cual sólo es posible si dejamos a un lado la soberbia que nos impide mirar con ojos de fe tan maravilloso evento.
Para dejar en claro que este Niño no es sólo un humano más que viene a este mundo, el autor del 4to evangelio, va a sostener que esta creatura posee un origen eterno y que es el Hijo de Dios. Para exponer esta verdad, el hagiógrafo se vale de un prólogo que va del capítulo 1, versículos 1-8, el cual viene a ser una unidad distinta de las otras partes de su evangelio, siendo que este se divide de la siguiente manera: I Parte: 1,1-8 prólogo, II Parte 1,9-12,50. Libro de los signos, III Parte 13,1-20,31 Libro de la Gloria y, IV Parte 21, 1-25 Epílogo.
Este primera parte o Prólogo, se constituye en himno cristiano compuesto probablemente en círculos joánicos, adaptado como pórtico de la narración del evangelio de la vida de la Palabra Encarnada. Es un himno que presenta en síntesis el punto de vista joánico sobre cristo: un ser divino (la Palabra/Verbo de Dios [1, 1-4], que es también luz [1, 5.9] e Hijo unigénito de Dios [1, 14-18]) viene al mundo y se hace carne. Aunque es rechazado por los suyos, otorga el poder de convertirse en hijos de Dios a los que lo aceptan. El trasfondo de esta descripción poética del descenso de la Palabra al mundo y del futuro retorno del Hijo cabe el Padre (1, 18) se halla en la concepción veterotestamentaria de la sabiduría personificada (Eclo 24 y Sab 9). El Prólogo se interrumpe dos veces para mencionar a Juan Bautista antes de que la Luz viniera al mundo (1, 6-8) y para registrar el testimonio de Juan después de que el Verbo se ha hecho carne.
Con este himno, el autor del 4to Evangelio presenta una novedad en comparación con los otros evangelistas: Jesús no es sólo el Mesías esperado sino el Hijo Eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad, en consecuencia, no es sólo hombre nacido de una mujer de la estirpe de David sino verdadero Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos.
Esta afirmación del evangelista resulta clave en el desarrollo de la doctrina del Misterio de la Encarnación y consecuente tratado sobre la vida, pasión, muerte y resurrección de Cristo, puesto que como afirma san Anselmo: ningún sacrificio ni oblación era capaz de cancelar la deuda o pena merecida por el pecado de nuestros primeros padres (pecado original), sólo un Dios hecho hombre podía cumplir la satisfacción que salva al ser humano.
Que esta gran verdad, continúe sosteniendo la fe que profesamos en un Dios humanado que siendo eterno, glorioso y todopoderoso se hizo pequeño en el seno de una humilde familia. Esta Buena noticia embargue de gozo y alegría a cada uno de nuestros hogares, una noticia “que trae la salvación para todos los hombres y nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo (1 Cor. 11-13). Amén.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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