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Reflexión de la Solemnidad del Corpus Christi. Ciclo A

Para entender el Misterio que hoy celebramos (Solemnidad del Corpus Christi), es importante hacernos la pregunta de si lo vivimos, porque si bien en casi la mayoría de los casos la Fe nos ha sido transmitida por la palabra y la reflexión, en otras, es consecuencia de un don de Dios que nos permite vivirla antes que comprender su significado profundo. De allí que, alguien puede conocer muy bien los conceptos, pero no vivir el Misterio, convirtiéndose así en una teoría no en una forma de vida. A este respecto san Agustín expresa lo siguiente: Creo para entender y entiendo para creer.

 En este orden de ideas, el Misterio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, podremos comprenderlo a profundidad si lo estamos viviendo en plenitud, es decir, si Jesús Eucaristía es para mi una persona no un mero dogma, si la santa Misa es para mí un espacio privilegiado para encontrarme con Dios y con los hermanos más no un simple cúmulo de ritos vacíos. 

Un ejemplo, concreto de vivencia y comprensión de este Misterio lo tenemos en  el Papa Benedicto XVI quien llamó a la Eucaristía Sacramentum Caritatis (Sacramento del amor) en su exhortación apostólica postsinodal sobre la Sagrada Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, cuyo documento es fruto de los Sínodo de los Obispos del año 2005 y donde el Papa nos revela la grandez, la belleza de este Sacramento Admirable, que nos une plenamente al amor de Dios, nos impulsa a amar a nuestros Hermanos.

La primera lectura que hemos leído tomada del libro del Deuteronomio nos expone este amor infinito de Dios, cuando por boca de Moisés recuerda a los Israelitas su favor, manifestado en actos concretos como la liberación de la esclavitud de Egipto y el paso por el desierto donde estas personas fueron saciadas con el agua de la roca y alimentadas con el maná del cielo.  

Al recordar estas maravillas, el salmista canta con alegría: Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión. Estas hazañas de Dios por su pueblo alcanzan su plenitud cuando Dios decide enviar a su Hijo para la salvación del mundo, convirtiéndolo en el Pan Vivo bajado del Cielo, capaz de dar la vida para siempre.

 Desde esta visión, el relato de la Institución de la Eucaristía narrada por los evangelios sinópticos, no pretende mostrar un simple recordatorio de lo que sucedió aquél día sino más bien mostrar la presencia viva y real de Cristo en la Eucaristía. Obsérvese con mucha atención que el verbo utilizado por los evangelistas se encuentra en tiempo presente: esto ES mi cuerpo… esta ES mi sangre (Mc 14, 23-25); dicho de otro modo, no dice esto REPRESENTA mi cuerpo… mi sangre, como lo han pretendido decir aquellos que niegan la presencia real de Jesús en este sacramento.

Esto significa que el Misterio frente al cual nos encontramos no hace referencia a un recuerdo o a una simple simbología sino a un memorial, es decir, a la actualización del Sacrificio de Cristo en la Cruz, así lo enseña claramente el numeral 1362 del Catecismo de la Iglesia Católica cuando dice: “La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio.”

Ahora bien, es importante destacar que Solemnidad del Corpus Christi no sólo nos invita a contemplar este Misterio en el que Jesús se entrega por amor, sino que también nos coloca en acción, en el sentido que, celebrar la Eucaristía implica actuar como él, en practicar el amor al prójimo puesto que, precisamente, fue en el contexto de la última cena donde Jesús instituyó el mandamiento nuevo: “que se amen los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 12-13). Así, de la misma manera que, a través de la entrega de su Cuerpo y Sangre, Jesús nos manifiesta la expresión máxima de su amor, también nosotros estamos llamados a hacer lo mismo por nuestros hermanos, porque “en esto conocerán que son mis discípulos” (Jn 13, 35).

Todo lo descrito explica de algún modo por qué nuestra Madre Iglesia al hablar de la Eucaristía necesariamente hace mención del amor al prójimo ya que se trata de dos realidades inseparables: La Eucaristía conlleva a la comunión íntima con Dios de la que se desprende el amor a nuestros Hermanos. Como fruto de esta comunión con Dios y con los hermanos nace la unidad que en medio de la diversidad de dones y carismas nos hace ser una sola Iglesia bajo la guía de único Pastor, el Pastor Bueno (Jn 10).

Para reafirmar esta verdad de la Eucaristía como espacio de comunión fraterna, en este Ciclo A, la Iglesia nos presenta el discurso del Pan de Vida, único en el 4to evangelio, precedido por el relato de la multiplicación de los panes y de los peces, el cual ha sido interpretado por los estudiosos de muchas maneras: como signo del poder de Cristo como Mesías, como símbolo de la Eucaristía, pero sobre todo lo interpretan como signo visible de solidaridad y caridad fraterna.

Afirman algunos exegetas que el milagro de Jesús no consistió tanto en multiplicar estos alimentos sino en sacar a las personas de su egoísmo, tal como lo sugiere el cuarto evangelio que (a diferencia de los sinópticos que presentan el relato como un mero milagro) coloca en escena a un joven que pone a disposición sus cinco panes y dos peces, creando de alguna manera una reacción en cadena donde todos comenzaron a compartir lo poco o mucho que tenían. No pretendo con ello negar el milagro sino darle un mayor sentido, rescatar el milagro que tanto necesitamos en estos días: la solidaridad y caridad fraterna.

            Queridos hermanos y hermanos, que el Misterio que estamos celebrando nos permita hacer conciencia del gran amor de Dios por nosotros manifestado en la Eucaristía, donde Jesús ofrece su Cuerpo y Sangre, para darnos vida y vida en abundancia. Que este Sacramento del amor nos impulse a caminar juntos como familia hacia la patria celestial que nos espera. Jesús Eucaristía nos impulse a repetir constantemente y a llevar a la práctica el contenido de la hermosa oración descrita en la plegaría Eucarística V/b, que reza:

Fortalécenos a cuantos nos disponemos a recibir

el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo

y haz que, unidos al Papa N. y a nuestro Obispo N.,

seamos uno en la fe y en el amor.

Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana,

inspíranos el gesto y la palabra oportuna

frente al hermano solo y desamparado,

ayúdanos a mostrarnos disponibles

ante quien se siente explotado y deprimido.

Que tu Iglesia, Señor, sea un recinto

de verdad y de amor,

de libertad, de justicia y de paz,

para que todos encuentren en ella

un motivo para seguir esperando.

Que María Santísima, la fiel discípula del Señor, Madre de Dios y Madre nuestra, reciento de amor y de fe, nos ayude en esta tarea.

Bendito y Alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar,

¡Sea por siempre Bendito y Alabado!

Fray Juan Martínez OFM Conv.

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