Reflexión del Domingo de Ramos Ciclo C
A 37 días exactos de lo que va la cuaresma damos inicio a la Semana Santa con esta celebración del Domingo de Ramos donde se nos presenta la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén como primera acción en el camino de su pasión, muerte y resurrección.
No sé ustedes, pero, a mi particularmente siempre me ha llamado la atención de por qué la Semana Santa inicia con la contemplación de este pasaje del evangelio ¿Por qué esta entrada triunfal de Jesús? ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es el propósito de la Iglesia al presentarnos este episodio de la vida de Cristo?, las respuestas pueden ser muchas, de hecho, a lo largo de la historia los teólogos han elaborado un sinfín de interpretaciones sobre este misterio.
Por ejemplo, algunos afirman que esta entrada de Jesús, montado en un borrico, representa el modelo del Reinado de Cristo: el de la sencillez y la humildad. En contraposición a otros reyes de la historia universal que han hecho sus entradas a los pueblos y ciudades desde la suntuosidad: algunos montados en bellos carruajes de lujo, otros en un hermoso caballo con un espléndida armadura o los más soberbios y narcisistas, creyéndose dioses, sin siquiera dejarse ver el rostro al ir montando en una litera con cortinas cargada ésta por cuatro personas.
Otros teólogos, como Raymond Brown (especialista en san Juan evangelista), nos ofrecen otra interpretación mucho más profunda de pasaje del evangelio; de acuerdo con este experto y basado en el estudio exegético del 4to evangelio, con su entrada triunfal a Jerusalén los evangelistas quieren mostrarnos el señorío de Jesús, en el sentido que no va a la cruz desde una actitud de resignación sino desde la convicción profunda de su misión, siendo plenamente consciente que debía morir en una cruz por la salvación de la humanidad, por esta razón no va la cruz como alguien que siente derrotado o fracasado sino sereno, con firme voluntad y confianza en Dios como el siervo doliente del pasaje de Isaías que hemos leído: “El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado” (Is 50, 4-7).
Este convencimiento y seguridad que Jesús tiene en su itinerario de la cruz, lo atestigua san Juan en el capítulo 10 versículo 8 su evangelio cuando Jesús expresa con firmeza: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy de mi propia voluntad. Tengo autoridad para darla, y tengo autoridad para tomarla de nuevo. Este es el mandato que recibí de mi Padre” (Jn 10, 18).
De esta manera, en este Domingo de Ramos, Jesús se nos presenta como siervo fiel y obediente al proyecto de Dios, una obediencia que, como afirma el relato de la pasión no fue nada fácil al punto de decir con angustia: “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42); cuya obediencia es fruto de un proceso kenótico (abajamiento) que le permitió ser capaz de asumir todas las consecuencias de su misión, así lo señala san Pablo cuando dice a los Filipenses: “Cristo, Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres […] se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 6-11).
Esta convicción profunda, unida al auxilio del Espíritu Santo que le acompañaba, podemos comprender cómo fue posible que Jesús aguantase tantas injurias en este itinerario de su pasión y muerte, que nos cuenta san Lucas evangelista; un camino sin el cual no hubiera sido posible nuestra salvación y por el que “Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2, 6-11).
Queridos hermanos, una vez más la Palabra de Dios nos manifiesta el camino de la cruz que, como cristianos, todos hemos de seguir. ¿Cómo Jesús estamos realmente convencidos de ello? ¿Qué tan valiente somos para abrazar la cruz, confiados en que Dios no nos dejará solos? O por el contrario ¿Somos de aquellos que pretendemos recorrer un camino de discipulado desde el facilísimo y la comodidad?
Que nos pase los de aquellos que recibieron a Jesús con las palmas gritando: “Bendito el que viene en nombre del Señor” pero más tarde le gritaban frente a Pilatos: “Crucifíquenlo, crucifíquenlo”.
Dios nos ayude a ser fieles al seguimiento de Cristo, sobre todo en aquellos momentos en la cruz nos parezca insoportable, no olvidemos que al final del camino está la glorificación; si con Él hemos estamos decididos a morir al pecado, podemos confiar con certeza que viviremos y reinaremos con Él para la vida eterna.
¡Feliz Inicio de Semana Santa!
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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