Reflexión del Domingo XIII. Tiempo Ordinario
Al inicio de su Pontificado, el Papa Francisco nos exhortaba a dejarnos sorprender constantemente por la Palabra de Dios que, si bien ha sido escrita hace tantos siglos e incluso milenios (en el caso de los libros o fragmentos más antiguos de la Biblia), permanece actual y, siempre tiene algo nuevo que decirnos.
Es una Palabra que a veces nos corrige fuertemente al mismo tiempo que está cargada de consuelo y esperanza; el impacto de esta Palabra en nosotros dependerá de la apertura de nuestra mente y corazón. Así pues, queridos hermanos y hermanas, les invito a dejarse sorprender una vez más por la Palabra de “aquel que nada quita y todo lo da” (Benedicto XVI).
La primera lectura comienza afirmando una gran verdad: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes […] La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo” (Sb 1, 13-15; 2, 23-24). Con esta enseñanza el autor del libro de la Sabiduría, intenta recoger y purificar la idea falsa que tenían o siguen teniendo muchas personas sobre Dios: un ser superior que está atento para exterminar a aquellos que le desobedecen. Así pues, con esta aseveración de que la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, el autor simplemente está afirmando la dramática verdad contenida en los capítulos 2 y 3 del libro del Génesis donde se nos cuenta que, inicialmente, el ser humano vivía en amistad perfecta con Dios en el paraíso, pero por su envidia el diablo incitó a nuestros primeros padres a desobedecer el mandato del Señor trayendo como resultado la ruptura de su amistad con Él, la expulsión del paraíso y la consecuente entrada de la muerte en el mundo.
Desde esta visión, podemos corroborar en qué manera la desobediencia trae, por lo general, resultados poco positivos; el mal y la muerte no están el mundo porque Dios así lo ha querido sino como consecuencia de la oposición del ser humano a su proyecto. A este respecto, San Francisco hablando de la obediencia dice tan severamente a los frailes: “algunos, so pretexto de que ven cosas mejores que las que les ordenan sus prelados (superiores), miran atrás y vuelven al vómito de la propia voluntad” (Adm 3, 11). Como solución les exhorta: “si alguna vez el súbdito ve cosas mejores y más útiles para su alma que aquellas que le ordena el prelado, sacrifique voluntariamente sus cosas a Dios, y aplíquese en cambio a cumplir con obras las cosas que son del prelado… pero si éste le ordena algo que sea contra su alma, aunque no le obedezca, sin embargo, no lo abandone.” (Adm 3, 5-7). Ciertamente la obediencia, usualmente, produce resistencia en nosotros no obstante tiene su lado bueno, piénsese, por ejemplo, en el sin número de personas que fieles a la voluntad de Dios hacen de este mundo un lugar mejor. Cuando Dios nos invita a la obediencia no lo hace para hacernos la vida de cuadritos sin para evitarnos muchos males.
En efecto, los Evangelios nos dicen que Dios no es nuestro enemigo sino nuestro salvador (Jn 3, 16). Un signo concreto de que Dios es vida y salvación la tenemos en el Evangelio de hoy (Mc 5,21-43) donde dos personas son sanadas: la primera de ellas fue una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años, al parecer había quedado sola y, muy probablemente, en la indigencia pues dice el texto “Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna”(Mc 5, 26). Si de por sí, entre los judíos, ser mujer representaba un desafío porque no tenía derechos, pensemos en el dolor que esta mujer experimentaba al verse sola y enferma, sobre todo, porque su enfermedad representaba una especie de desperdicio de la vida pues según la mentalidad bíblica en la sangre estaba la vida. De este modo, para esta mujer su enfermedad no sólo era un problema físico sino también espiritual ya que se sentía excomulgada de Dios, culpable de su hemorragia.
Leído con mucha atención y entre líneas, este relato del Evangelio es bastante conmovedor ya que esta mujer estaba realmente desesperada ante su vida tan desgraciada, por eso se atreve a tocar el manto de Jesús pues “pensaba que con sólo tocarle el manto se curaría” (Mc 5, 28), así pasó al tocar el manto quedó sana inmediatamente; esta acción de la mujer despertó la inquietud de Jesús que a pesar de estar apretujado por el gentío, preguntaba con insistencia quién lo había tocado pues había salido fuerza de él, la mujer acercándose temblorosa le confiesa todo; ella seguramente esperaba una reprimenda por parte de Jesús(la mujeres judías eran tan rechazadas socialmente que dirigirle la palabra a un hombre que no era su marido y más aún tocarle el manto era prácticamente un delito), en vez de ello recibió consuelo y esperanza: “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud” (Mc 5, 34). Imaginemos la alegría que esta mujer sintió, no sólo al quedar sana corporalmente sino también espiritualmente ya que al no continuar la hemorragia dejaba de “desperdiciar la vida”, recuperando así su relación con Dios.
El segundo personaje en ser sanada, fue una niña de 12 años, cuyo Padre que era el Jefe de la Sinagoga, por amor a su hija, se vio obligado a suplicarle de rodillas a Jesús: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva” (Mc 5, 22). ¡Qué grande es el amor de un padre o una madre hacia sus hijos y cuánto es capaz de hacer por ellos! El Evangelio nos cuenta que, mientras Jesús estaba entretenido sanando a los enfermos y consolando aquella mujer hemorroisa, la niña muere; presten mucha atención a lo que pasó luego: al morir la niña la gente le dice a Jairo “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” (Mc 5, 35), sin embargo, este hombre no se desanima y confía en Jesús que le dice: “No temas; basta que tengas fe” (Mc 5, 36). El evangelista concluye el relato afirmando que aquel hombre creyó y su fe hizo el posible la resurrección de su hija.
Quizás en algún momento de nuestra vidas, como la mujer hemorroisa nos sintamos excluidos de la sociedad y olvidados de Dios ante el padecimiento de una enfermedad física o psicológica o, como a Jairo la gente nos diga que “ya todo está perdido”, nos obstante la fe mueve montañas, esta es la enseñanza de fondo contenida en el Evangelio de hoy porque la fe nos lleva a confiar en aquello que no vemos pero que en el fondo sabemos es posible porque “todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama a la puerta, se le abrirá” (Mt 7, 8). La Palabra de Dios nos invita a convencernos que Dios no es indiferente al dolor humano, puede que tarde en escucharte, mirarte y sanarte, pero ten paciencia ya que “la paciencia todo lo alcanza, a quien Dios tiene nada le falta sólo Dios basta” (santa Teresa de Ávila).
Les animo a leer y leer el Evangelio que hemos meditado ya que en él encontrarán mucho más contenido teológico del que les he mostrado, por ejemplo: el número 12 (los 12 años de la enfermedad de la mujer y los 12 años de edad de la niña) representa la totalidad, esto significa que la salvación de Dios es para todos. De este modo, es un pasaje bíblico del que podríamos hacer un retiro reflexionando cada uno de sus detalles: en las acciones de Jesús, en la fe de los protagonistas, en la actitud de la gente.
Queridos hermanos y hermanas, vivimos ciertamente tiempos difíciles de gran incertidumbre y de temor continuo (delincuencia, hambre y miseria), sin embargo, les exhorto a no desfallecer, a seguir confiando en Dios que nunca desampara a sus hijos, que es vida y salvación para todos. Que María Santísima siga intercediendo por nosotros ante su Hijo, nos consuele en nuestras penas y nos ayude a ser auxilio para los demás, en especial, hacia quien se siente solo o deprimido. Que el amor venza al odio, la indulgencia a la venganza, la vida triunfe siempre sobre la muerte y bondad sobre la maldad. Amén.
Fray Juan Martínez OFM Conv.
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