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Reflexión del Domingo XIX del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Durante los días previos a la celebración de este XIX Domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia de la Palabra nos ha ido mostrando la importancia y necesidad de la puesta en práctica de la fe, virtud teologal que según el autor de la carta a los Hebreos (11, 1-2.8-19) es «fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve»; por la fe, continúa diciendo el autor sagrado, nuestros primeros padres confiaron en las promesas de Dios aún cuando no tenía certeza de su cumplimiento: «Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba…. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía… Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra».

Visto de este modo, la fe es un acto de confianza plena en Dios, sobre todo en medio de las tormentas que la vida nos presentada cada día o de vez en cuando, como la imagen de la tormenta que nos presenta san Mateo en el fragmento de su evangelio que hemos escuchado (Mt 14, 22-23) y que guarda estrecha relación con el relato de san Marcos, quien nos cuenta un hecho parecido donde en medio de una tormenta los discípulos pierden la calma, despiertan a Jesús y le reclaman: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?», Jesús por su parte, luego de calmar el viento, con voz firme los regaña: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» (Mc 4, 35-40).

En el relato de hoy, el protagonista de esta historia es san Pedro apóstol que es invitado por Jesús a caminar hasta él sobre el agua, en efecto lo hace pero debido al tumulto de las olas, Pedro comienza a hundirse por lo que grita desesperadamente: “Sálvame Señor”, recibiendo el auxilio Jesús, seguido por una respuesta un tanto desconcertante: Hombre de poca Fe, ¿Por qué dudaste?

Como en el pasaje de san Marcos, el pasaje termina con la acción de Jesús calmando las aguas, signo de su poder sobre la naturazleza por ser verdaderamente el Hijo de Dios por quien fueron creadas todas cosas, visibles e invisibles (Cf. Jn 1, 1ss; Col 1, 16-17).

Esta acción de calmar las aguas se conecta perfectamente con la primera lectura donde el autor sagrado (1 R 19, 9a, 11-13a) nos cuenta que Dios se revela al profeta Elías no a través de un huracán, ni del terremoto, ni del fuego amenazante sino por medio de una briza tenue que produce serenidad, paz y tranquilidad (que es sinónimo de calma).

Visto de este modo, la calma es fruto de la fe, de la confianza en Dios. Así no los hace entrever san Juan en su evangelio cuando, en el contexto de la última cena, Jesús se dirige a sus discípulos con estas palabras: «No pierdan la paz, si creen en Dios crean también en mí».

Esa invitación a la Paz es la que subyace en la liturgia de la Palabra que hemos escuchado. De hecho al inicio de la narración san Mateo nos dice que Jesús cuando se acerca a sus discípulos caminando sobre el mar, éstos entran en pánico, por lo que Él les dice: ¡Ánimo, soy Yo, no tengan miedo! De allí que Pedro se sienta animado y tras la invitación de Jesús ¡Ven!, comienza a caminar hasta Él pero al comenzar a hundirse, se desespera y grita: «Señor Sálvame»

A este punto de la reflexión conviene que nos detengamos a analizar esta actitud de Pedro (en el evangelio de hoy) y de los discípulos (en la versión del evangelio de Marcos), para lo cual podemos hacernos una pregunta: ¿Si Pedro y los demás discípulos eran pescadores, en consecuencia, buenos nadadores por qué le tenían tanto miedo al mar? La respuesta la encontramos en la concepción cosmológica de ese tiempo, según la cual el mundo estaba divido en tres grandes recintos: el cielo, la tierra y el inframundo; casualmente el mar estaba relacionado con este último, en el sentido que la sociedad de aquel entonces pensaba que en el mar vivía un monstruo llamado ”leviatán” que arrastraba sus víctimas al inframundo o infierno. Esta es la razón de por qué en el relato de Marcos los discípulos despiertan a Jesús cuando se percatan que el agua está entrando en el bote y, en la narración de Mateo tras comenzar a hundirse san Pedro grita suplicando a Jesús que lo salve. Se trata pues de un miedo comprensible que sólo puede ser aplacado / vencido por la Fe que conduce a la seguridad y la calma.

Queridos hermanos y hermanas trayendo este mensaje a nuestras vidas podemos decir, por la ubicación en la que estamos (los Llanos de Venezuela), que aunque estemos muy lejos del mar para pasar un susto como el de los discípulos, no cabe duda que el camino de nuestra existencia está lleno de grandes retos, muchos de los cuales resultan ser tormentas a las que llamamos problemas, que amenazan con ahogarnos en este infinito mar de la vida; son retos que muchas veces nos generan miedo, nos desestabilizan y, en el peor de los casos nos paralizan al punto que muchas personas al sentir la sensación de “no poder más” han llegado a la conclusión de darse por vencidos, pero permítanme decirles que no estamos solos el Señor está delante de nosotros para ofrecernos su mano salvadora, pues es fiel a su Palabra: «Aunque tu padre y madre te abandonen, yo nunca te abandonaré… las colinas se podrán mover y los montes correr pero mi amor nunca se apartará de tu lado» (Is 49, 15; 54, 10).   

Así que ánimo hermanos, frente a los embates que la vida nos presenta a diario o períodicamente, no perdamos la calma; aunque nuestros problemas amenacen con asfixiarnos, siempre existirá una luz al final del camino, es la luz es Jesús resucitado; sólo creé y ten fe pues el Señor aprieta pero no ahorca, pase lo que pase Él siempre estará a tu lado para sostenerte.

Dios les bendiga a todos. Feliz Domingo e inicio de semana. Paz y Bien.

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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