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Reflexión del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario. Ciclo A

La liturgia de la Palabra de este Domingo, está llena de una extraordinaria simbología a través de la metáfora de la viña, que tanto en la primera lectura como en el salmo y en el Evangelio se hace mención de la misma.

En la Biblia “la viña”, tiene varios significados al ser utilizada de manera literal (para hacer referencia a una plantación de uvas propiamente dicha) o de manera metafórica como sucede en el caso de las lecturas que acabamos de leer, donde se hace referencia a la “viña del Señor” es decir al pueblo de Dios que, en el Antiguo Testamento se refiere al pueblo de Israel y en el Nuevo Testamento a todos aquellos forman parte de la Iglesia de Cristo.

Desde esta visión, la primera gran noticia de la Liturgia de la Palabra de este día es que somos propiedad de Dios, cuya gracia recibimos en el Bautismo cuando el sacerdote unge la cabeza del bautizando con el Sagrado Crisma, sellándolo para siempre como hijo de Dios y miembro del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia (1 Corintios 12, 12-27).

            Tal como nos lo cuenta Jesús en el Evangelio (Mt 21, 33-43), esta viña a lo largo de toda la historia de la salvación ha sido confiada a unos viñadores, muchos de los cuales cometieron el gravísimo error de creerse dueños de la propiedad.

Ante esta situación de apropiación, Dios sale al frente para reclamar lo que le corresponde por derecho, para ello decide enviar sus criados a los viñadores, siendo asesinados por estos últimos (Mt 21, 34 – 36), al final decide enviar a su propio hijo quien también es exterminado (Mt 21, 39), de esta manera los viñadores no sólo son ladrones sino también homicidas. Con esta parábola, Jesús por un lado desea hacer una denuncia y por otro una profecía.

En esta historia el propietario representa a Dios, mientras que los criados a los profetas del Antiguo Testamento enviados para anunciar la verdad y denunciar la injusticia de unos gobernantes que se les confío el cuidado del pueblo y terminaron por devorar el rebaño del Señor (Ezequiel 34) situación que se extendió hasta el siglo I d. C. Por eso Jesús les hace esta denuncia y más adelante les dice «ustedes ni entran al Reino de los Cielos ni dejan entrar a las que lo desean» (Mt 23, 13). Cuando en la parábola Jesús habla del Hijo único del propietario (Mt 21, 39) se está refiriendo a Él mismo, con ello está profetizando su propia muerte; de allí san Juan en su Evangelio subraye: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 11-12).

            Queridos hermanos, una vez más Dios nos sigue mostrando su deseo de salvar a la humanidad sumergida en una sociedad que pretender vivir sin fe y se ha apropiado de aquello que no le corresponde; esto explica, por ejemplo, el abuso y destrucción de los recursos del planeta por el Papa Francisco recientemente a emitido un documento intitulado “Laudate Deum” que es un llamado de atención ante la crisis climática como resultado del uso inadecuado de los recursos del planeta.

Se trata, en definitiva, de una sociedad encerrada en sí misma, donde un considerable número de personas tienen la tendencia a ser egoístas, a darle la espalda a aquellos que más le necesitan, en consecuencia, hacer todo lo posible para alcanzar sus propios intereses, aunque ello involucre el detrimento de los demás.

Recientemente, hemos celebrado la Fiesta de San Francisco de Asís, cuyo testimonio de vida no sólo nos muestra que es posible vivir de una manera distinta a lo que el mundo propone, sino que nos invita a adentrarnos en la lógica del Evangelio para poder lograrlo.

En efecto, san Francisco de Asís estuvo tan convencido de esta verdad que llegó colocar el Evangelio como norma de vida para él y sus hermanos: «La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta, a saber, guardar el santo evangelio de nuestro Señor Jesucristo, en obediencia, sin nada propio y en castidad» (Regla Bulada, cap. I); regla que llegó a vivir con tal perfección hasta convertirse en “evangelio viviente”. 

            Mas allá de los grandes milagros y proezas que Dios realizó por su medio, san Francisco de Asís fue el siervo humilde y sencillo que, al igual que los viñadores del Evangelio, se le confió una tarea: “Francisco ve y repara mi Iglesia”, la cual llevó a cabo con amor y esmero.

La diferencia de san Francisco a la de los viñadores homicidas, radica en que él nunca se sintió dueño de esta obra confiada por Dios, inclusive jamás tuvo el deseo de fundar una Orden Religiosa pero por su obediencia al Altísimo y Buen Señor (como solía llamar san Francisco a Dios) aceptó este proyecto recibiendo con gusto un nuevo regalo de Dios, la fraternidad: “Y el Señor me dio Hermanos” (Testamento 14) a quienes cuidó con esmero y evitó a toda costa sentirse su jefe o dueño, razón por la cual san Francisco decidió renunciar al oficio de General de la Orden y en vez de utilizar los apelativos de Prior, superior o prelado (tan común en la época para referirse a aquellos que ejercen el rol de autoridad) prefirió introducir los conceptos de “Guardián, Ministro o Custodio” para recordarle a los frailes que son servidores de los otros hermanos, no sus jefes o señores.

            En este orden de ideas, san Francisco de Asís jamás pretendió ponerse el lugar de Dios y mucho menos robarle su propiedad, todo lo contrario, su único objetivo fue cumplir a cabalidad el proyecto de Dios en su vida e invitar a los frailes que hicieran exactamente lo mismo desde la obediencia y el servicio a la Iglesia: «declaro a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras, a saber: que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, siempre se amen mutuamente, siempre amen y guarden la santa pobreza, nuestra señora, y que siempre se muestren fieles y sumisos a los prelados y todos los clérigos de la santa madre Iglesia» (Testamento de Siena 2 – 5). Esta humildad y obediencia al plan de Dios fue lo que permitió a san Francisco convertirse en otro Cristo.

En contraposición a los viñadores homicidas, san Francisco fue capaz de escuchar a los enviados de Dios y aceptar el mensaje de Cristo contenido en los santos Evangelios, cuya experiencia de vida no se quedó en una visión intimista sino en una en la que Dios es Padre de todos, por eso san Francisco llamaba “hermana” a toda la creación (leáse el Cántico a las Creaturas de san Francisco de Asís) incluyendo a la “hermana muerte,  tan temida por todos nosotros.

            De allí que el Papa Francisco en su Carta Encíclica Fratelli Tutti (Hermano de todos) coloca a san Francisco de Asís como modelo de fraternidad universal, haciendo un llamado a la solidaridad social, especialmente, para con aquellas personas más necesitadas. Y es que no cabe duda que vivimos en un mundo globalizado e interconectado donde la relación entre las personas viene a ser más virtual que real y en la que cada quien “vive en su mundo” conforme a sus intereses y a sus propios criterios sin importarle en qué medida su conducta y sus acciones tengan como consecuencia el detrimento y/o aniquilación de los otros, piénsese por ejemplo, en la violación de los derechos humanos o la destrucción del planeta a causa de la contaminación ambiental, cometida por aquellos que se creen dueños del mundo.

            Hoy más que nunca Dios nos sigue llamando, esperando de nosotros una respuesta favorable. Que san Francisco, el poverello de Asís, nos ayude a tener un corazón humilde, sencillo y dócil al proyecto de Dios en nosotros en función de la construcción de un mundo más humano y más fraterno donde reine el amor, la justicia y la paz como signos de que el Reino de Dios ha llegado a nuestras vidas.

¡San Francisco de Asís, ruega por nosotros!

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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