Reflexión del I Domingo Cuaresma
Con el miércoles de ceniza, iniciamos uno de los tiempos litúrgicos más largos y fuertes de nuestra fe católica: la Cuaresma, donde los que somos seguidores de Cristo (de allí el apelativo de cristianos) nos disponemos a imitar el camino de los 40 días que Él vivió en el desierto. Para Jesús los 40 días se constituyeron en un tiempo previo de preparación para su ministerio público/ su misión, para nosotros es un tiempo de preparación para la Pascua.
No es un secreto que a los seres humanos nos encanta la comodidad y más aun en estos tiempos que vivimos, por lo que la cuaresma la vemos como un tiempo que amenaza ese confort, por ser un camino que exige sacrificios: el primero de ellos es la desconexión con lo ordinario de la vida.
Por eso, en el Evangelio vemos como Jesús se retira al desierto que representa, para la mentalidad bíblica, un escenario desafiante no sólo por el impresionante calor que allí se experimenta y por el peligro de los animales salvajes que allí viven (hienas, escorpiones, serpientes venenosas) sino por el efecto que produce la soledad pues ella trae consigo el ejercicio de encontrarse consigo mismo, el cual puede ser un verdadero desafío ya está praxis de introspección implica adentrarnos en nuestros pensamientos, muchos de los cuales, son recuerdos sobre las decisiones incorrectas que hemos tomado o los traumas que hemos vivimos y esto seguramente puede llegar a “quitarnos la calma”.
Así, con la primera imagen que nos encontramos en el evangelio es con el desierto, lugar vulnerable que nos conduce al encuentro de nuestros miedos; es un lugar de encuentro con Dios, pero también donde probablemente seremos tentados por el diablo quien tiene como misión principal dividirnos, desestructurarnos, sobre todo, de desconectarnos de ese propósito de revisión de la vida y del encuentro personal con el Señor y con los hermanos.
En efecto, según el relato del evangelista san Lucas (4,1-13) Jesús durante su estadía en el desierto es tentado por el diablo, cuyas tentaciones son expuestas por el hagiógrafo como extraordinarias, pero en realidad son más comunes de lo que imaginamos y suelen pasar desapercibidas por ser tan sutiles, inclusive podríamos adentrarnos en ellas sin ver con claridad sus consecuencias (a veces, catastróficas y con daños colaterales hacia quienes nos rodean), estas tentaciones de Jesús son:
La tentación de convertir la piedra en pan, que simboliza las tentaciones de la carne o del cuerpo. Jesús es incitado a usar sus poderes divinos, no obstante, la contrarresta haciendo énfasis en la verdad según la cual “No sólo del Pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la Boca de Dios” (Dt 8: 3), con ello Jesús demuestra que ciertamente debemos alimentar, cuidar nuestro cuerpo, pero no es lo único que tenemos, también tenemos un alma que se alimenta de la Palabra de Dios y de los Sacramentos. A este punto surge una pregunta reflexiva: ¿realmente soy consciente de tener una vida espiritual?, puesto que muchos niegan esta verdad y como sucedió con los filósofos existencialistas podemos llegar a la conclusión que lo único existente es el mundo material lo que nos lleva a creer en la máxima de Feuerbach: “El Hombre es lo que come”, es decir, solo existe el mundo material, Dios es sólo una proyección de la mente.
Acerca de esta tentación, Quique Martínez hace una interpretación interesante, afirma que cuando el diablo dice a Jesús: «si eres hijo de Dios…», en el fondo lo está haciendo dudar de esa condición de ser Hijo Eterno del Padre. Como a Jesús, el diablo nos hace dudar de nuestra condición de hijos de Dios, de ser imágenes suyas, de ser sus instrumentos para hacer el bien. Con este estribillo, el diablo acompaña a la tentación que presenta: «convierte estas piedras en panes, bájate de la cruz, usa tus talentos y recursos solo para ti mismo, para satisfacer tu hambre, tus necesidades. En definitiva, se llama egoísmo y se llama olvidar quién soy realmente y de dónde (de Quién) vengo». Y vale que nos pasa mucho, sobre todo, cuando nos dejamos vencer por las ideas falsas de que somos: basura, causa pérdida, condenados al infierno, ciertamente fallamos, pero no por ello dejamos de ser hijos de Dios, que cómo el hijo pródigo estamos llamados a regresar a nuestro Padre.
La segunda tentación de Jesús es la de poder sobre todos los reinos de la tierra, cuya única condición dada por el diablo para tenerlos es que se arrodille delante de él y le sirva, pero Jesús le contesta: «Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto» (Dt 6: 13). En el mundo actual esta tentación del poder está muy presente: las personas adquieren poder sobre otros a partir de una posición de prestigio social, desde la posesión de dinero o desde un rol de liderazgo, en estos escenarios el peligro está en creerse así mismo un dios. Pensemos, por ejemplo, en aquellas personas que al tener dinero se consideran mejores que los demás y por estar en la cima del prestigio social se engañan a si mismos a través de la autosuficiencia, en consecuencia, no sienten en lo más mínimo la necesidad de Dios pues “lo tienen todo”.
En este segunda tentación nos dice Quique, lo que está de fondo es la tentación de la ambición desmedida a través de la cual: «siempre queremos más, siempre queremos lo mejor, nunca estamos satisfechos con lo ya conseguido, queremos triunfar, que nos admiren a cualquier precio… y por ese camino terminamos postrados a los pies de los señores de este mundo: el beneficio, la imagen, el prestigio, el consumismo depredador de la naturaleza y de los más pobres, el usar del otro para mi ventaja, etc».
La tercera ultima tentación de Jesús es la lanzarse de un edificio, Jesús responde con firmeza: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Dt 6: 6). Cuantas veces nosotros decimos que confiamos en Dios, pero desde la exposición a un peligro inminente (ejemplo: un deporte extremo), o la exposición a una situación no favorable (ejemplo: una tentación); con ello lo que hacemos es jugar con la bondad de Dios y con su providencia.
Esta tercera y última tentación es reflejo de la pretensión que Dios se ponga a mi servicio, de usarlo para mis intereses, de ponerlo a prueba para que me resuelva mis problemas, con el chantaje “si tu me escuchas, entonces yo te prometo que volverá asistir a la Iglesia, que voy a hacer el bien” olvidando que son deberes innatos en nuestra condición de cristianos, por lo que Dios está en deuda con nosotros si hemos hecho el bien, simplemente «hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 7-10). Se trata pues de una tentación muy sutil, en la que en vez de estar dispuesto a cumplir su Palabra, tomo la actitud de exigirle que intervenga en mi favor, sobre todo, cuando he sido yo quien me metí en un lío del que Él me había advertido sería peligroso o nocivo.
En las tres tentaciones vemos el mismo patrón utilizado por el diablo: como padre de todos los vicios, utiliza la mentira y el engaño para seducir haciendo ver lo malo como bueno. Jesús, por su parte, nos muestra el mejor camino para salir a flote, el de la verdad a luz de la Palabra de Dios que siempre nos ilumina y fortalece.
De este modo, vemos una segunda imagen en la liturgia de este día: La Palabra misma de Dios. Jesús se defiende ante los ataques del enemigo con la Palabra (utilizando apenas un libro de la Biblia: el Deuteronomio) enseñándonos que no basta las fuerzas humanas para el aguante de las tentaciones, es necesario la gracia de Dios.
El miércoles de ceniza nos mostró tres ejercicios para vivir la cuaresma: oración, limosna y ayuno, pero éstos no son suficientes sin una lectura asidua y atenta de la Palabra de Dios, que viene a ser una luz en el camino y signo concreto de la presencia de Dios que camina con su pueblo, así lo deja entrever la V plegaria eucarística: “Te glorificamos, Padre Santo, porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida, sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor. Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.”
Les exhorto a tomar conciencia de estas dos imágenes teológicas que la Iglesia nos presenta en este domingo:
- la imagen del desierto que nos invita a salir del ajetreo de la vida ordinaria para encontrarnos con Dios y adentrarnos en la autorreflexión y
- la imagen de la Palabra de Dios, con la que Jesús logró vencer al enemigo y con lo que también nosotros lograremos vencerlo porque el Señor está con nosotros, sobre todo, en la tribulación (Salmo 91).
Que Él nos acompañe en este camino cuaresmal de conversión; la Santísima Virgen María Auxilio de los cristianos y san francisco fiel de Cristo intercedan por nosotros. Amén.
Fray Juan MARTINEZ OFM Conv.
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