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Reflexión del I Domingo de Adviento. Ciclo A

Con la celebración de este I Domingo de Adviento, iniciamos el nuevo año litúrgico correspondiente al Ciclo A, donde iremos meditando sobre la vida de Jesús según la versión del evangelio de san Mateo. 

            El Adviento (del latín ad ventus que significa el que viene), es un hermoso tiempo en el que nuestra Madre Iglesia nos exhorta a permanecer en constante vigilancia y espera ante la venida del Señor que viene en la persona de un Niño inocente, es decir, de un Dios que siendo todopoderoso y glorioso, Rey de Reyes y Señor de Señores se hace pequeño y nace en el seno de una familia humilde integrada por dos sencillos aldeanos: María y José. 

            Bajo esta mirada del Dios humilde y en vistas a la contemplación del Misterio de su Encarnación, nos irá conduciendo este tiempo y, como adviento significa el que viene, la Palabra nos exhorta a preparar nuestra alma y corazón para que, al llegar, Él pueda morar en nosotros (Cf. Jn 14, 23). 

            En este sentido, pidámosle a Dios que no nos pase lo mismo que les sucedió a los judíos del tiempo de Jesús, que no fueron capaces de reconocerlo ni de recibir su luz, en consecuencia, de recibir la vida verdadera, así lo atestigua san Juan en el prólogo de su evangelio cuando afirma: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho (el poder) de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios» (1, 11-13).   

            Este es precisamente el objetivo que persigue el adviento, prepararnos para la venida del Hijo de Dios que viene a nosotros para perdonarnos, para sanarnos y para devolvernos la dignidad de hijos que sólo Él puede otorgar y renovar. 

            Por ser un tiempo de preparación, la Iglesia prevé la puesta escena de diversos símbolos (como el uso de la corona de Adviento que en breve encenderemos, el uso del color litúrgico morado que simboliza la virtud teologal de la esperanza, entre otros), el cambio en la estructura de los cantos (los cantos deben ser sobrios o más reflexivos, no se canta el gloria hasta navidad, a excepción de lugares como Venezuela que rompe esta austeridad con las Misas de Aguinaldo), la sobriedad en la decoración del templo,   sobre todo, prevé una catequesis gradual, a través de la liturgia de la Palabra, en cuatro domingos (representados en las cuatro velitas de la Corona de Adviento): 

  1. El primer Domingo nos orienta hacia la venida del Señor al final de la historia, siendo la clave de lectura para este domingo la de la vigilancia;
  2. el segundo domingo está centrado en la figura de Juan Bautista y el mensaje central es el de la paciencia y el de la preparación activa para la venida del Señor; 
  3. el tercer domingo, también centrado en el Bautista, nos orienta con más fuerza hacia la persona de Aquél que viene, cuya clave de lectura es de la alegría porque Él ya está muy cerca. De allí que en este tercer domingo de adviento también llamado Gaudete (que en latín significa alegría) se use como color litúrgico el rosa para darse realce a esta alegría que trae su venida. 
  4. El cuarto y último domingo de adviento, contempla el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en María, la invitación es: una preparación profunda al misterio de la Navidad. 

            El adviento es pues un tiempo fuerte, que amerita un cambio de ritmo de esta vida tan ajetreada que llevamos en estos días. Es un tiempo tan crucial que, en los monasterios católicos, los monjes y las religiosas de clausura cierran sus puertas al público para vivir el adviento con verdadero sentido de preparación, desde el silencio, la oración y la meditación. Ojalá nosotros pudiésemos imitar algo de ello, para que el Adviento no pase desapercibido y cuando venga el Señor, nuestro castillo interior esté lo suficientemente limpio y ordenado cómo para que more serenamente, como un niño en brazos de su madre.   

            Así, en este primer domingo de adviento la liturgia de la Palabra nos llama a dar el primer paso en este itinerario a través la práctica de la vigilancia, con la  confianza que, al marchar por sus sendas, Él nos instruirá en sus caminos (Cf. Isaías 2,1-5) lo que significa que no vamos solos, Él mismo va delante de nosotros como el Pastor Bueno que guía y protege a su rebaño, conduciéndolo por sendas de la  Vida (Jn 10). 

            Esta vigilancia, requiere el despertarse del sueño porque, como afirma el apóstol en la segunda lectura que leímos, «la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz» (Romanos 13,11-14), dicho de otro modo, este despertarse implica ponerse en alerta repasando seriamente nuestra vida y sin ella nos percatamos que está impregnada de las tinieblas del pecado (ejemplo de comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno, riñas o envidias), nos dispongamos  a entrar en conversión, con genuino arrepentimiento y recurriendo a los sacramentos que Cristo nos legó, específicamente, el sacramento de la penitencia o reconciliación.

            Y ¿por qué hay que estar alertas?, «porque no sabemos el qué día vendrá nuestro Señor» (San Mateo 24,37-44). Alguien seguramente alegará, Fray pero usted dijo que viene en Navidad, sin lugar a dudas, pero la doctrina católica (basada en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición) nos enseña que siempre debemos estar preparados, «porque a la hora que menos pensemos vendrá el Hijo del hombre», en otras palabras, en cualquier momento seremos llamados para partir de este mundo al siguiente. De manera tal que, este pasaje evangélico (así como el adviento) no es sólo un discurso escatológico del fin de los tiempos sino un recordatorio de una realidad inevitable e impredecible en nosotros: la muerte, que para algunos se constituye en una amenaza, pero para los que creen y viven en Cristo una ganancia (Flp 1, 21). 

            Que no nos cunda el pánico, mis queridos hermanos, sino que más bien nos motive la esperanza de que Él constantemente se acerca a nosotros y como ha quedado demostrado en los evangelios de los domingos precedentes, si nos encuentra sumergidos en las tinieblas del error, está dispuesto a perdonarnos como lo hizo con el publicano del templo, con Zaqueo el de Jericó o el ladrón arrepentido condenado a su lado. 

Cada velita que encenderemos durante estos domingos de adviento, produzca en nosotros ese deseo de renovar la fe, nos recuerde el fuego abrazador de la misericordia de Dios que sana y nos iluminen en el camino que hoy iniciamos.

            Así pues, que este tiempo de adviento sea para nosotros un auténtico tiempo de gracia en el que podamos hacer examen de nuestra vida confrontándola con la Palabra de Dios, de tal manera que retome el curso para el cual ha sido creada: la vida eterna con Dios. Que María, la primera discípula del Señor, nos ayude en este caminar y que los santos y santas de Dios intercedan constantemente por nosotros en esta tarea, para que con ellos podamos vivir y reinar con Cristo por toda la eternidad. Amén. 

Fr. Juan Martínez OFM Conv.    

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