Reflexión del III Domingo Pascua
En esta reflexión, deseo fijar mi atención en el Evangelio anunciado, pues contiene una riqueza teológico-espiritual que vale la pena degustar y llevar a la praxis con ahínco.
El evangelista san Lucas en este pasaje, presenta una situación de crisis que viven dos de los discípulos durante su camino a Emaús, una crisis que en el camino de nuestra vida también nos puede acaecer, la cual parte tiene dos detonantes: la tristeza por la muerte de Jesús que para ellos significaba más que un profeta, un amigo (Cf. Jn 15) capaz de mirarlos sin prejuicios, aceptarlos incondicionalmente y mostrarles hasta donde era capaz de dar la vida por ellos (Cf. Jn 10); el otro detonante de este crisis era la decepción que sentían al constatar que las cosas no resultaron como ellos esperaban, para ellos el mesías triunfador terminó siendo un fracasado muerto en la cruz como un condenado.
Ante esta crisis que sumerge a los discípulos en una profunda tristeza, sale en su auxilio la persona del resucitado, a quien ellos no le reconocen inicialmente pero luego del contacto con la Palabra de Dios y tras la fracción del Pan alcanzan a reconocerlo.
Como los discípulos de Emaús, muchos de nosotros hemos experimentado ciertas CRISIS EN LA VIDA, exteriorizándose de diversos modos y niveles, como las crisis existenciales, las crisis afectivo- emocionales, las crisis de Fe que es la experimentan estos discípulos y por poco los conduce a la desesperanza, a la depresión.
Cabe destacar que, por lo general, las crisis de la vida son percibidas, por muchas personas, como una amenaza, cuando en realidad se constituyen en una oportunidad para crecer, madurar, evolucionar, de hecho, sin las crisis es prácticamente imposible crecer integralmente. A este respecto, san Pedro nos recuerda en su 1º Carta que los embates de la vida no siempre tienen un destino trágico, para quienes tienen fe ellos no son sino una oportunidad para fortalecerse, por eso exhorta el apóstol: «Estén alegres, aunque de momento tengan que sufrir en diversas pruebas; la prueba de nuestra fe produce constancia». A este punto conviene decir que la superación de una crisis no es posible si antes no aprendemos a hacernos conscientes de ella; su negación obstaculiza el proceso de superación de la misma al punto que “LO QUE NO SE INTEGRA SE CONVIERTE EN DESINTEGRADOR” (A. Cencini).
Son muchas las herramientas que nos pueden ayudar a salir a flote con estas crisis dependiendo de su naturaleza, en el caso de la crisis que nos compete (crisis de fe), el Evangelio nos presenta algunas claves:
- «Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos»: Por más dolorosas y agobiantes que parezcan las crisis, como a los discípulos de Emaús EL RESUCITADO SALE A NUESTRO ENCUENTRO PARA SER NUESTRO COMPAÑERO DE CAMINO, sin embargo, este auxilio del Señor dependerá de nuestra disposición a recibirlo e invitarlo a quedarse teniendo la seguridad que no se negará a hacerlo, porque sabe que sin Él nada podemos hacer (Jn 15). De esta primera clave, surge una pregunta: ¿Ante las crisis que has experimentado o experimentas actualmente, has tomado conciencia de la presencia de Dios en tu vida? ¿Has conversado con él, le has manifestado tus crisis? La primera clave para la superación de una crisis no sólo de fe sino de cualquier otra índole es el cultivo de una profunda experiencia de Dios.
- De esta experiencia personal con el señor, nace el contacto con su palabra, subraya el evangelista «Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras». Una Palabra que CAPAZ DE ILUMINAR la oscuridad de nuestra ignorancia o las tinieblas percibidas en el contexto del desarrollo de la crisis, creyendo que estamos en un callejón sin salida. Esta explicación de la Palabras por parte de Jesús fue la que abrió la posibilidad a los discípulos de ver su crisis desde otra perspectiva. Nos encontramos así con una segunda clave o recurso para superar esta crisis: la escucha/lectura atenta y asidua de la Palabra de Dios.
- El tercer recurso que encontramos en el Evangelio es la Eucaristía, sacramento del amor que nos introduce en la comunión con Dios y con los hermanos. Dice san Lucas que: «Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron». Tras reconocerlo, los discípulos se pusieron en marcha hacia Jerusalén para encontrarse con el resto de los discípulos de Jesús, allí se encontraban en asamblea (que en griego se dice Eclesia, de allí el apelativo de Iglesia). Y es precisamente en la Eucaristía y en la Iglesia donde Cristo se hace presente, por eso la COMUNIDAD ECLESIAL, se constituye en el LUGAR TEOLÓGICO DONDE JESÚS SE HACE PRESENTE DE MANERA VISIBLE, en su seno los contratiempos de la vida resultan ser más llevaderos siempre y cuando sus miembros estén convencidos del importante valor de sostenerse unos a otros, con el mismo amor y consuelo que cada uno ha recibido de Dios (Cf. Col 3, 13-17; 2 Cor 1, 4). Esta comunidad no es sólo un escenario propicio para superar las pruebas sino EL LUGAR PRIVILEGIADO PARA DISCERNIR Y ACOGER LA VOLUNTAD DE DIOS Y CAMINAR JUNTOS EN UNIÓN DE ESPÍRITU Y DE CORAZÓN (Vita Consecrata, Núm. 92), a ejemplo de los discípulos de Emaús, de las primeras comunidades cristianas y de todos los que nos han precedido en el camino de la Fe.
Que la convicción de que Dios no nos abandona, que su palabra es una lampara en el camino de la fe y la comunidad de hermanos un soporte para nuestra vida, nos permita ser conscientes que por más duro y difícil que parezcan las crisis, estas pueden ser superables, sobre todo, si las asumimos desde una posición existencial optimista, responsable y esperanzadora. Que así sea.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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