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Reflexión del IV Domingo Adviento Ciclo A.

En este último domingo de Adviento y tercer día de la Novena de Aguinaldo, el evangelio de Mateo nos presenta a san José, personaje clave en este misterio de la Encarnación que estamos pronto a celebrar.

Se trata de un humilde trabajador de Nazaret que al enterarse del embarazo inesperado de su futura esposa experimenta lo que nosotros llamaríamos “sentimientos encontrados” ya que por un lado se siente decepcionado (y seguramente muy molesto) y, por otro, siente un profundo respeto a la persona de María y de su familia pues era consciente de la calidad de personas que ellos eran, en otras palabras, José sabía que su futura esposa no era ninguna “loca de carretera” y que Joaquín y Ana se destacaban por ser personas honestas de fe inquebrantable. Lo que explica, de algún modo, el por qué José había tomado la determinación de dejar a María en secreto pues si bien se sentía decepcionado ante esta aparente traición su prometida, también tenía claro las leyes judías sobre este asunto, puesto que la transgresora no sólo quedaba expuesta al escarnio público con la consecuente deshonra de la familia sino que, su sentencia ya estaba escrita: muerte por lapidación, según la ley de Moisés (Dt 22, 23-24).

José pues se vio en un terrible aprieto, en un autentico callejón sin salida, no obstante, como decíamos ayer, Dios es consciente de nuestra humanidad; José es el ejemplo vivo de que el árbol genealógico de Jesús está integrado por personajes que demostraron una fe sin precedentes (como fue el caso de Abrahán) pero también por antepasados que en algún momento dudaron de Dios y le fallaron, no por eso Dios los abandonó sino todo lo contrario, los acogió con misericordia (tal fue el caso del Rey David que tras arrepentirse sinceramente de sus pecados graves, recibe el perdón de Yahvé) y no conforme con ello, salió en auxilio de ellos, sobre todo en los momentos de gran dificultad.  

En efecto, esto fue lo que Dios hizo con José: en vez de castigarlo por dudar de la honestidad de María,  sale a auxiliarlo a través del envío de un ángel (seguramente el Ángel Gabriel el mismo que anunció a María que sería la Madre del Salvador) para revelarle el siguiente mensaje: «José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados». Agrega el evangelista que «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.» (Mt 1, 18 – 24).

Lo que sucedió después, llama poderosamente la atención: nos dice Mateo que al despertar del sueño José no se quedó paralizado, ni mucho menos se quedó dándole vueltas al asunto, sino que como buen hijo de Abrahán creyó sin reservas en las palabras del ángel e hizo lo que éste le dijo, recibiendo a María en su casa. 

Queridos hermanos y hermanas, este pasaje del evangelio pone en evidencia la realidad humana de los santos, y no de cualquier santo sino de aquel que ha sido proclamado “Protector de la Iglesia Universal”.

Muchas veces, vemos a los santos como seres extraordinarios, sin embargo fueron personas como nosotros, que no siempre tuvieron claridad en lo referente al proyecto de Dios en sus vidas, personas que como tu y yo también dudaron, experimentaron tristeza y decepción, se vieron angustiados y temerosos ante escenarios problemáticos caracterizados por una aparente situación sin salida. Al igual que José cuántos de nosotros no hemos experimentado cosas parecidas, inclusive hemos pedido el consejo de otros sujetos para que nos ayuden a tomar la mejor decisión o al menos una que nos permita salir al paso.

La historia de estos santos, particularmente, la de san José nos permite entrever que tenemos derecho a dudar y experimentar todos estos sentimientos de frustración, pero también nos enseñan la clave para salir adelante con todos estos desafíos: el saber confiar, que nos permite dar ese salto de fe para creer que todo problema tiene una solución y que sobre todo no estamos solos en el camino porque “Dios está con nosotros” y sale en ayuda de nuestra debilidad.

No esperemos hermanos tener completa claridad en los caminos de Dios, lo que necesitamos es fe y la fe nos dice la Carta a los Hebreros 11, 1 “Es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se vé”, involucra, según el catecismo de la Iglesia Católica Núm. 166: un acto personal, una respuesta libre del ser humano a la iniciativa de Dios que se revela.

Que este ejemplo de fe de san José, nos anime a confiar en las promesas de Dios, aunque muchas veces no las entendamos o tengamos grandes dudas. Y como a san José esa fe nos permita ponernos en marcha cumpliendo lo que Dios nos está solicitando.

En este tercer día de la novena, el Señor nos permita renovar nuestra fe, esa fe que nos ha hecho madrugar, nos ha traído hasta acá y nos motiva a caminar en la espera del Niño Jesús que se acerca. Que en nuestras familias reine siempre la fe de tal modo que los problemas y desafíos de la vida no nos venzan, mas bien representen una oportunidad para crecer y retomar fuerzas en el avance del pedregoso pero también hermoso camino de la vida. Amén. 

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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