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Reflexión del V Domingo de Pascua

En este tiempo de pascual, nuestra Madre Iglesia nos ha venido explicando su significado: El paso del Señor, concretamente, el paso del Resucitado que venciendo la muerte nos ha traído la salvación, invitándonos a pasar del pecado a la vida de gracia o amistad con Dios.

La teología de la Iglesia nos dice que gracias a esta Nueva Pascua de Cristo, todo ha sido renovado, la humanidad entera ha sido reconciliada con su creador.

De nuestra parte nos queda responder a ese amor infinito, así lo sugiere el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma: Por su revelación, «Dios invisible habla a los hombres como amigos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía» (DV 2). La respuesta adecuada a esta bondad de Dios es LA FE (Núm. 142), que involucra la acción voluntaria o libre a través de la cual la persona dirige su mirada y atención a Dios reconociéndole como su Señor y salvador, de allí que sin la Fe (sobre todo la fe auténtica) es prácticamente imposible dar esta respuesta a Dios.

Como modelos de fe en la historia de la salvación tenemos a Abraham y nuestra Madre del Cielo la santísima Virgen María que respondieron a Dios confiando en una promesa que todavía no estaba realizada pero que ellos sabían que era posible porque en Dios no hay mentira ni engaño, este salto de fe a las promesas del Creador le llevaron a convertirse en el Padre ( en el caso de Abraham) y la Madre (en el caso de María) de todos los creyentes (Cf. Jn 19, 1 ss). 

En la Pascua, esta Fe se ve motivada por la acción y revelación del Resucitado, que no se suscitó de manera abrupta sino gradual, empezando por María Magdalena, continuando por sus discípulos y finalmente a toda la comunidad creyente con la consigna que fueran testigos de su Resurrección.

Por eso la Iglesia, como madre y maestra, durante este Tiempo litúrgico nos va conduciendo, paso a paso, a descubrir e introyectar este Misterio de la Resurrección, que da sentido a la Fe que profesamos (Cf. 1 Cor 15, 14). Así:

  • En el I Domingo de Pascua o Domingo de Resurrección analizábamos cómo el Resucitado en vez de aparecerse a los discípulos se aparece primero a María Magdalena y, aunque san Juan y san Pedro llegaron corriendo al sepulcro solo encuentran el sudario colocado sobre la tumba vacía. En este domingo decíamos que lo que está de fondo en el relato es la invitación a descubrir que sin la fe, la resurrección no es más que un evento meta-histórico para ser admirado más no asimilado, como ha pasado muchos científicos que al estudiar el manto de Turín se han extasiado de los hallazgos encontrados elaborando una escultura de Jesús con todos los detalles de sus heridas y de su rostro, pero no ha pasado de la expectación a la adhesión al Señor a través de la fe, en otras palabras, para ellos Jesús no es más que una momia descubierta (como la de Tutankamón en Egipto) que sólo suscita asombro, no Fe.
  • En el II Domingo o domingo de la Misericordia, leíamos el relato del autor del cuarto Evangelio donde Jesús se aparece a los 11 discípulos reunidos en Jerusalén, en este contexto sopla sobre ellos regalándoles el don del Espíritu Santo y convirtiéndoles en instrumentos de su misericordia: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos» (Jn 20, 19 ss). Con ello el Resucitado nos mostraba que el medio seguro para acceder a esta nueva vida en el Espíritu es precisamente el perdón de los pecados, pues para eso ha venido al mundo, sufriendo la pasión y muerte en la Cruz y, resucitando entre los muertos; un perdón que se recibe pero que también se da (Cf. Lc 6, 37).
  • En el III Domingo de Pascua, la Iglesia nos regaló el hermoso pasaje de los

discípulos que van de camino a Emaús; allí se nos exponía la crisis de Fe que los discípulos vivieron y que también nosotros experimentamos o llegaremos a vivenciar en algún momento ya que al adentrarnos en esta dinámica renovadora de la Resurrección comienzan a moverse muchas cosas en nosotros y este movimiento usualmente genera resistencia, en psicología se llama resistencia al cambio, un cambio que desde el punto de vista se la fe se llama conversión (del griego metanoia que significa cambio de mentalidad). Algunos viven esta crisis sin mucho dramatismo, pero para los que se toman en serio el camino del discípulo, si que lo es, sin embargo, no debemos alertarnos puesto que dijimos en ese III Domingo las crisis son una oportunidad para evolucionar y la buena noticia es que el resucitado permanece a nuestro lado, mostrándose a través de los sacramentos y por medio de los hermanos que nos coloca en el camino

  • Esta presencia viva de Jesús que camina con su pueblo, ha quedado muy bien expresada el domingo pasado, cuando la liturgia de la Palabra nos revelaba la persona del Pastor Bueno que da la vida por sus ovejas, conduciéndolas hacia fuentes tranquilas y dándoles vida en abundancia. El desafío está en: si tú y yo nos sentimos parte de ese rebaño, para descubrirlo el evangelista subraya que sólo las ovejas de su pertenencia son capaces de escuchar su voz y de seguirle; visto de este modo conviene responder a estas preguntas: ¿Soy una de sus ovejas?, ¿en las buenas y las malas soy consciente que Jesús va al frente de mí? ¿He sentido cómo me ha protegido, me salvado, me ha conducido hacia fuentes tranquilas? ¿En qué manera puedo constatar que Jesús el Pastor Bueno, es para mí, fuente abundante de vida plena?
  • Mientras intentamos responder a estas interrogantes, en este V como en el VI Domingos de Pascua el Señor coloca sobre la mesa una nueva invitación a responder a su bondad, esta vez no sólo desde la Fe sino, sobre todo, desde el amor; un amor que no se reduce a mera filantropía o norma moral de hacer el bien, sino en la caridad, en el reconocimiento del Otro y de los otros. A ejemplo de la escena presentada en la primera lectura donde los apóstoles se percatan de una necesidad crucial en la comunidad de creyentes y que amerita ser atendida con urgencia: la atención a los más vulnerables de la sociedad (que en el texto sagrado son las viudas). Los discípulos advierten que el anuncio de la Palabra es fundamental, aunque también lo es la caridad ya que la Fe sin obras está muerta (Santiago 2, 17-22) y porque el amor es el más grande de todos los dones (1 Cor 13, 1 ss). Por eso el camino que Jesús presenta hoy a los discípulos (y a nosotros) no es sino el del amor, como bien lo escucharemos el domingo próximo; un amor vuelvo e insisto que no es filantropía o cumplimiento moral, sino que es trascendental porque pasa por la persona de Jesús que es la puerta del redil, el camino y la verdad y la vida (Jn 14,1-12). 

            Continuemos pues hermanos en este camino de la Pascua, estando atentos a los que Dios quiere revelarnos cada día. Démosle gracias por que continuamente nos exhorta, nos corrige, nos consuela, lo hace porque es nuestro Padre, Pastor y, precisamente, esas son las tareas propias de quienes tienen o participan de estos roles aún cuando esa guía o correcciones nos parezcan incómodas y/o dolorosas. En todo caso recordemos que: ¡Detrás de una mano dura, usualmente, hay un corazón que ama!

Fr. Juan Martínez OFM Conv.     

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