Reflexión del VI Domingo de Pascua
Estamos casi al final del tiempo de pascua; en este domingo sin pretender descuidar la catequesis que la Iglesia nos ha ido regalando sobre el paso del Señor por nuestras vidas, al unirnos a la celebración del día de las madres, permítanme centrar mi reflexión en la figura de este maravilloso ser.
Son muchas las cosas que podríamos decir sobre las Madres, no obstante, deseo resaltar algunas de las cualidades más sobresalientes que las distinguen y, de algún modo, se asemejan a la acción de Dios amoroso (1 Jn 4, 8).
Lo primero que podemos decir de las Madres, es que ellas son portadoras de vida (cuando están encinta) y generadoras de la misma (cuando dan a luz). Ellas son como el canal o instrumento del que Dios se vale para traernos a la existencia. De allí que cuando el Diccionario Oxford describe etimológicamente la palabra “madre” proveniente del latín mater, afirma que es un apelativo, tan antiguo como el lenguaje, que se usa para definir a una Mujer que ha tenido uno o más hijos, o animal hembra que ha tenido una o más crías. Por eso, indistintamente que una madre sea “buena” o “mala”, con el simple hecho dar existencia a una persona es y será siempre madre.
Ahora bien, una cosa es ser madre biológicamente y otra asumir los roles adherentes a esa condición. Es por eso sin intenciones de convertir esta homilía en una clase de moral (desde la clasificación de madres “buenas” o “malas”) o en una terapia psicológica, sí que deseo llamar la atención sobre este asunto en función de animar a una autoevaluación, inspirar el proceso de sanación, motivar al crecimiento personal y de prevenir los tratos inadecuados o no positivos que no sólo puede dar una madre sino cualquiera de nosotros.
Para ello, deseo traer a colación una teoría que aprendí estos días sobre el modo en como los seres humanos nos relacionamos, cuya conducta relacional tiene que ver con el rol ejercido por la madre en los primeros años de vida del hijo; esta teoría se llama Teoría del Apego y fue desarrollada por un psicoanalista inglés llamado John Bowlby el cual define el apego como la manera que tenemos los seres humanos de desarrollar y mantener los vínculos afectivos que nos proporcionan seguridad, desde la infancia hasta la senectud, dicho de otro modo, el apego viene a ser el modus operandi de relacionamos con los demás desde la pasividad o la agresividad, la cercanía o la evasión, la calma o la ansiedad, el respeto o la intrusión de la privacidad del otro, la independencia o la dependencia sanas; pensemos por ejemplo en las parejas “toxicas” que se interrelacionan desde el conflicto, la desconfianza o la invasión excesiva de la otra persona.
John Bowlby afirma que todos estos patrones conductuales, positivos o no positivos, son consecuencia de la manera en cómo las madres establecieron vínculo con sus bebes, de este modo:
- las madres que se relacionaron con sus hijos a partir de la distancia o frialdad emocional, recogen como resultados hijos que en la edad adulta prefieren estar solos, evitan el contacto social como hablar o hacerse cargo de sus sentimientos y emociones;
- las que son o fueron sobreprotectoras, por ejemplo, no permitiendo al bebé explorar su entorno o impidiéndole jugar libremente, se encontrarán en el futuro con hijos inseguros y ansiosos, que necesitan la aprobación o permiso constante de los demás para estar seguros y encontrar la calma;
- las madres indiferentes que, diversas razones, abandonan completamente a sus hijos o hijos que crecen sin la presencia de ningún cuidador estable, tendrán como resultado grandes desórdenes en sus vidas, son personas sin rumbo fijo, sin proyectos de vida de estable, son personas que van y vienen porque se sienten pérdidas.
- Mientras que en el caso de las madres (no perfectas pue ninguna lo es) que se destacó por una atención particular con sus hijos a partir de la vinculación, la protección, el cuidado, la dependencia e independencia equilibradas, el amor, el cariño, los gestos, las palabras afectivas y el contacto emocional, sin ser demasiado invasivas o sobreprotectoras, tendrán como resultado hijos seguros de sí mismos, capaces de entablar con los demás una sanas relaciones interpersonales, son personas que están a tu lado, pero al mismo tiempo respetan tu espacio, son gente amable, respetuosas y auténticas que no necesitan de la aprobación constante de los demás para mostrarse a sí mismos y reconocer la presencia de los otros.
De lo anterior se desprende que ser madres, no es una tarea nada fácil de llevar adelante, por lo es que es un arte, el cual requiere el ejercicio constante de evitar irse a los extremos de la frialdad o lejanía afectivo para con sus hijos o la sobreprotección invasiva.
Algunas se estarán diciendo: Padre sus palabras nos desmotivan, puede que si pero es la verdad, no obstante quiero decirles con toda seguridad que, está comprobado científicamente que nuestro cerebro es plástico (es decir tiene plasticidad) por lo que nuestra conducta siempre es moldeable, los cosas no positivas que aprendimos la podemos desaprender y aprender otras nuevas y más sanas o propositivas.
Así que madres, no se me achicopalen al caer en cuenta que quizás te encuentres en uno de estos grupos de “madres insanas”. Quiero decirles que hoy la Palabra de Dios les trae y nos trae a todos un hermoso mensaje que resulta clave para salir de estos esquemas relacionales negativos, ese clave es el cultivo y vivencia del amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo, cuyo amor se constituye en una exigencia para aquellos que hemos decido seguir sus pasos desde la vocación particular a la que hayamos sido llamados (laicos, matrimonio, consagrados).
Nos dice el evangelista san Juan que, en el contexto de la última cena con sus discípulos, Jesús desarrolla un hermoso discurso sobre el amor a Dios y al prójimo, siendo el segundo consecuencia del primero: «Si ustedes me aman, guardarán mi Palabra … El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama y, el que me ama mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14, 15 – 21).
Todos en algún momento hemos concebido los mandamientos de Dios como obligación moral, por eso nos cuesta tanto vivirlos. Sin embargo, con estas Palabras Jesús nos quiere caer en la cuanta que la vivencia de los mandamientos no es sino consecuencia del amor que nosotros experimentamos hacia Él; esto significa que no estamos llamados a vivir la ley de Dios como una imposición o por el deseo de ganar el cielo o el miedo a condenarnos en el infierno sino simplemente porque le amamos.
Es algo así como el amor y la honra que le dedicamos hoy a nuestras madres; las amamos porque ellas nos han amado primero a nosotros, con acciones concretas: 1) llevándonos en el vientre durante 7, 8 o 9 meses, 2) dándonos a luz a pesar del dolor que esto trae consigo (porque así es tan doloroso el parto natural como la cesárea), 3) desvelándose aquellas noches en las que nosotros recién nacidos con nuestro llanto no la dejamos dormir, 4) teniéndonos mucha paciencia en especial cuando hicimos aquellas travesuras propias de los niños o nos mostramos rebeldes cuando adolescentes e, inclusive, todavía de adultos. Por eso el amor de madres, sin menosprecio del amor del Padre, es amor sin precedentes.
En conclusión, queridos hermanos y hermanos, amor es lo que necesitamos para que este mundo mejor, para que tu yo seamos mejores personas.
Amor es el que necesitamos para amar a Dios y al prójimo, el que necesitan las madres para crear un potente vínculo con sus hijos y el que necesitamos los hijos para no abandonar ni avergonzarnos de nuestras madres. Por estas y muchas razones el amor representa el mayor de todos los dones (1 Cor 13), él es la medicina necesaria para el proceso de sanación de una persona y la herramienta más eficiente para perdonar y restaurar unas sanas relaciones interpersonales.
Pidámosle a Dios que nos renueve el amor recibido de Él y potencie el amor que nos han dado nuestras madres, para que así podamos «amar hasta que duela» (Santa Teresa de Calcuta).
¡Que Dios nos bendiga a todos, en especial, a todas las madres venezolanas en su día!
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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