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Reflexión II día de la Novena de Aguinaldo

Decíamos ayer que la Iglesia, como madre y maestra, en el curso de esta novena nos irá llevando a descubrir la identidad del Mesías que esperamos, el cual según la versión de san Juan evangelista no es nada más y nada menos que el Verbo de Dios eterno, la segunda persona de la santísima Trinidad, hecho carne (Jn 1, 1ss).

De acuerdo con la versión de san Mateo, Jesús no es sólo Dios sino también hombre verdadero que procede de la estirpe de Abraham y de David, con los que el Padre Eterno estableció alianzas de salvación. A Abrahán le promete y convierte en el  padre de todos los creyentes, es decir, de todos que «creen sin haber visto» (Jn 20, 39), con la confianza en que el Señor es fiel a sus palabra y bondadoso en todas sus acciones (Sal 144). En el caso de David, y a pesar que no fiel a Dios como Abrahán (aunque si humilde como éste), Dios le promete que su reino durará eternamente siendo que, de su descendencia, nacería «un Salvador, que es Cristo el Señor» (Hb 13, 23).

De allí que san Mateo, como buen judío que escribe para judíos, a partir de su presentación de la genealogía de Jesús va mostrar que Él es el Mesías esperado pues es «hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1, 1). Para demostrarlo el evangelista expone la lista de todos los descendientes de Jesús, comenzando por Abrahán, continuando por David y terminando por «José el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Ibíd., 17).

Al observar esta lista, los exegetas bíblicos nos hacen caer en la cuenta que, el evangelista no omite a ningún descendiente de Jesús por malvado que haya sido, es decir, no sólo presenta a los descendientes santos sino que involucra a aquellos que fueron rebeldes, pecadores o que terminaron, de alguna manera, destruyendo la unidad de Israel que había construido David, como fue el caso de Roboam. En esta historia de santidad y pecado, se inserta el Hijo Eterno del Padre, haciéndose uno de nosotros menos en el pecado (Flp 2,7).

Como Jesús, nosotros procedemos de familias cuyas historias no son del todo positivas, en el sentido que algunos de nuestros antepasados pasaron por este mundo haciendo el bien, ayudando a otras personas, mientras que otros dejaron huellas no gratas en la historia familiar al punto de ser etiquetados de “ovejas negras”, juicio que por cierto no nos corresponde a nosotros sino a Dios que no se concentra en las apariencias sino en el corazón (1 Sam 16, 7) por lo que es el único capaz de determinar cuales son realmente las ovejas y quienes son los lobos rapaces.

En todo caso, se hace evidente que Jesús no niega a su familia, sino que más bien con su venida la santifica. También nosotros estamos llamados a aceptar nuestro origen independientemente de su tonalidad clara u oscura, lo importante es marcar la diferencia en el hoy para dejar huellas imborrables de bondad en el futuro próximo.

Que a ejemplo de Jesús podamos pasar por este mundo haciendo el bien, aún cuando algunos o muchos no lo noten. ¡Los santos lo hicieron, también nosotros podemos hacerlo!

Fr. Juan Martínez OFM Conv.

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