Reflexión IV día de la Novena de Aguinaldo
Durante estos días de la novena, a través de las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento hemos venido contemplando las acciones de diversos personajes bíblicos. Ayer, por ejemplo, reflexionábamos sobre san José el esposo de María y padre putativo de Jesús, que como todo ser humano tuvo sus fallas o errores, entre ellos la duda o falta de fe ante un acontecimiento teológico – salvífico que superó su entendimiento: la Encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María.
Todo lo cual deja entrever que los santos, no siempre tuvieron claridad en lo referente al proyecto de Dios en sus vidas, fueron personas que como tu y yo, en uno o varios momentos de sus vidas, experimentaron tristeza, frustración, decepción, angustia y temor a causa de diversos escenarios que los hicieron poner en tela de juicio su fe en las promesas divinas, sobre todo porque éstas, en la mayoría de los casos, no se cumplen de forma inmediata (recordemos los que decíamos hace dos domingos atrás que, para cumplirse la profecía de Isaías sobre la venida del Mesías, hubo que esperar casi 700 años).
Parecido a lo que le sucedió a san José que dudó de la honestidad de María, a Zacarías el padre de Juan el Bautista y sacerdote del grupo de Abías, le resultó difícil creer en el anunció del ángel cuando le dijo de parte del Señor estas palabras (Lc 1, 5-25): «No temas, Zacarías, porque tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien le pondrás el nombre de Juan.» Con ello el ángel nada más y nada menos le estaba recordando a Zacarías que con este oráculo el Señor estaba cumpliendo lo que su nombre significaba (el nombre de Zacarías procede del Hebreo: זְכַרְיָה Zeḥaryáh que significa “Yahveh Ha Recordado”), sin embargo, sus ojos estaban de alguna manera vendados incapacitándolo para ver realidad esta promesa.
Tratando de comprender a Zacarías, podemos afirmar lo siguiente: Cómo no resultarle difícil de creer si esta promesa implicaba un verdadero milagro ya que, desde el punto de vista médico, era prácticamente imposible que esto sucediera debido a que él y su esposa Isabel eran personas de avanzada edad, por más que habían intentado tener un bebé no lo habían logrado. De ello se desprende que Zacarías, a pesar de ser un hombre de Dios, no duda de forma mal intencionada sino que se trata simplemente de una reacción natural, de una respuesta automática ante este anuncio que lo deja perplejo, por eso pregunta: «¿Cómo podré estar seguro de esto?»
El evangelista advierte que, ante esta “falta de fe”, el ángel no sólo le revela su identidad («Yo soy Gabriel, el que asiste delante de Dios») sino que le anuncia “su castigo” que se efectúa de forma inmediata: «Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo.»
De esta manera, el pobre Zacarías recibe “su merecido” que más allá de ser un castigo se convierte para él en una lección de vida, a saber: Que Dios es fiel a su Palabra, aún cuando su realización se constituya en un evento humanamente inalcanzable.
Al cumplirse lo anunciado, Zacarías podrá convencerse y corroborar de primera mano que nada es imposible para Dios (Mt 19, 26).
Tal vez alguien podría pensar que este correctivo de Zacarías es injusto, pero no es así ya que Dios como Padre corrige a los hijos que ama (Pv 3, 12; Hb 12, 6 – 7), a esto se le suma el hecho que los errores o crisis de la vida representan una oportunidad para crecer, dicho de otro modo, Zacarías no fracasó en su seguimiento al Señor sólo se equivocó y de ello aprendió.
Que este testimonio de Zacarías contado por san Lucas, nos anime a confiar en el proyecto de Dios para nosotros, sobre todo en aquellos momentos en que nos sintamos incapaces de entenderlo o vacilemos acerca de la probabilidad que se dé. Pidámosle al Señor que nos aumente la fe y la esperanza de que su Palabra nunca defrauda.
Fr. Juan Martínez OFM Conv.
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